lunes, 24 de septiembre de 2007

En cualquier otro momento, habría sentido a la culpa sobre mi pecho. A veces, a ratos, intenta aparecer, pero yo la evito, con un requiebro de cintura, con un pequeño pase de pecho, apenas adornado.
Son varios meses de estar juntos sin estar juntos. Nos hemos creído nuestra historia... o eso pienso a veces. Otras creo que es verdad, que de verdad lo que decimos es lo que sentimos. Lo creo porque yo no miento cuando lo digo, al menos eso creo. Y él siempre me dice la verdad, eso dice.
"No puedo querer a nadie", "no puedo enmorarme de ti y me gustaría". Así que le tranquilizo, no es amor, es camaradería, buena compañía, unas risas y sexo. Poco a poco hemos conocido nuestros cuerpos, casi, y ya sabemos lo que tenemos que hacer para gustar y gustarnos.
"No puedo quererte". Y yo me siento tranquila y perdonada por el hecho de pensar en otro cuando me toca, o imaginar cómo sería ese beso en otra boca. Esa frase me disculpa de no echarle de menos cuando no está y de dejarme llevar por las palabras de otro, envueltas con misterio, con morbo.
Anoche, de pronto, el corazón me dio un vuelco. En medio del sudor, del vaiven, de las caricias, de la saliva y del placer, me pidió exclusividad. Luego rectificó, rápido, como si se le hubiese escapado sin querer.
No hemos vuelto a hablar del tema. Es tabú. Me ha despedido en la estación con un beso y yo le he sonreído, como si anoche no hubiera pasado nada.
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