viernes, 31 de octubre de 2003

Ya sabía yo que había algo cabalístico en el treinta y uno, en el fin de mes.
He comido con un buen amigo, hemos reído, hemos paseado juntos por el jardín botánico del campus.
Pero lo mejor es que, antes de todo eso, he recibido el beso y el abrazo más bonito del mundo, el que más necesitaba, el que lo arregla todo.
Me dan ganas de terminar en este momento el día, no vaya a ser que se estropee. Aunque no creo que nada pueda estropear una reconciliación como esta.
Menos mal que este mes llega a su fin. No ha sido un buen mes. He tenido que ver y oír cosas que nunca creí que llegaría a oír y ver. Cosas, por supuesto, que me han hecho daño, mucho, algunas de ellas.
En fin, que pase la fecha convencional del treinta y uno no es garantía de que esto termine, pero da esperanzas.

martes, 28 de octubre de 2003

Se despertó y recordó la noche anterior. Había estado bien. De pronto, el corazón le dió un vuelco. Ella, la perfecta responsable, la que siempre habla de seguridad, de control, de salud, no había tomado las precauciones debidas. ¿Y las consecuencias?. Hizo rápidamente números. ¡Diablos!. En su imaginario calendario la fecha estaba marcada de rojo peligro, de rojo consecuencias, de rojo terror. Respiró profundo, intentó tranquilizarse. Se volvió en la cama y le miró. Dormía plácidamente. Dibujó con el dedo su perfil, su bonita nariz, llena de pecas sutiles, su boca, jugosa y perfecta, su pelo negro, fuerte, sus hombros, su pecho. Y pensó que el bebé, si venía, tenía muchas papeletas de ser muy hermoso.
Entonces empezó a imaginarse la espera, el momento de la luz, la llegada del crío. Le gustó y sonrió. Al fin y al cabo llevaba mucho tiempo deseándolo, aunque lo que temía era el momento consciente de hacerlo, de tomar la decisión. Y mirá tú por donde haberse comportado como una inconsciente podía traerle la solución.
Despúes, mientras tomaban un café, le mintió: "He soñado que me quedaba embarazada". No esperaba otra respuesta. Dejación total de responsabilidades. Al menos al principio, pensó ella, porque cuando le viera, sabía que no podría evitar sentir más de lo que ella hubiese querido. Pero no importaba. Ya solucionaría el problema cuando se presentase.
Siguió imaginando varios días más. La fecha de la llegada, el primer beso, la primera sonrisa, el primer pañal... Por eso, cuando esta mañana manchó su ropa, en la fecha prevista, como siempre, no pudo evitar desilusionarse.
Esta vez tampoco iba a ser.

lunes, 27 de octubre de 2003

Hoy hace un año que empezó la tortura, aunque no fui consciente de ello hasta varias semanas después. Fue el primer signo evidente de sus mentiras -o el segundo- y el inicio de mis crisis. ¡Cuánto le quise!. ¡Qué insignificante es hoy!.
Un año, todo ha durado un año.

miércoles, 22 de octubre de 2003

Cuando estaba con él, cuando me llamaba y me invitaba a pasar horas con él, hablando, uno a cada lado de la barra, o en su casa, apoltronada en su sofá, comiendo un bocadillo a medias, mientras me contaba los avatares más íntimos de su vida, mi sensación de seguridad no tenía límites. Sabía a ciencia cierta que estaba allí, con él, porque él quería que estuviese allí. Su sinceridad, su terrible sinceridad, me impedía pensar que hubiese cualquier tipo de doblez en su actitud.
Desde que me he ido lejos me siento andando por una cuerda floja. Cualquier vacilación en su voz, cualquier murmullo extraño, hasta las interferencias en la línea de teléfono, me ponen en tensión y siento que le molesto, que le estorbo, que no me quiere ahí.
Me ha intentado tranquilizar varias veces. La última anoche, a las 5 de la mañana, cuando me ha mandado su mensaje salvador, el que me ha permitido conciliar el sueño: "Esto ya lo hemos acordado. O no!. Bienvenida. Besos. Buenas noches"
Sabía que su amor me produciría ansiedad, por eso lo he evitado. Ingenua.

viernes, 10 de octubre de 2003

Dice que no tiene futuro y que es culpa mía. Llevan varios días intentando hacerme responsable de lo que no lo soy. Su actitud es tan infantil y tan injusta que me duele. Mi trabajo exige tomar decisiones, algunas dificiles, pero siempre guiadas por la buena fé y por un deseo ferviente de ser justa. Hoy me he sentido insultada, infravalorada, vapuleada y agredida. Espero no volver a dejar que las cosas lleguen a ese extremo.

jueves, 9 de octubre de 2003

A veces, la mayoría de las veces, somos fruto de nuestra educación, de nuestras costumbres. Una educación y unas costumbres tan enraizadas que pienso que se encuentran en nuestro código genético, de tanto repetirse.
Una de esas rémoras, secuelas o como queramos llamarla es la costumbre de no faltar jamás a un acto triste o luctuoso. Lo llamamos "cumplir" y todos, de un modo o de otro caemos en ello. Uno perdona que alguien no venga a su boda, pero jamás olvida que no estuvo en el entierro de su madre. Hay que estar en las penas; para las alegrías no hacemos falta.
Eso le pasó a una amiga mía el otro día. Su amiga se enfrentaba a un acontecimiento feliz, ella sabía que estaría rodeada de afecto, de cariño, de amigos y de enhorabuenas. Tenía dificultades para estar y pensó -quizá erróneamente- que su inasistencia pasaría inadvertida. Pero no fue así.Y ahora su amiga está molesta con ella.
Tal vez la amiga de mi amiga piensa que se olvidó, que no le dió importancia. Lo que ella no sabe es que esa mañana se despertó muy temprano y pensó en ella largamente; el hombre que ahora ocupa su mente dormía pesadamente a su lado y la abrazaba, y ella imaginaba lo que en ese momento su amiga estaría haciendo. Sentía sus nervios, su miedo, su inquietud. Estuvo pendiente todo el rato de los tiempos, controlando, intentando controlar, lo que en cada momento su amiga estaría haciendo. Llamó y llamó, hasta que le dieron la buena nueva. Y entonces se alegró por ella, se alegró mucho, muchísimo y deseó estar cerca para abrazarla.
Tal vez la amiga de mi amiga pase por aquí, lea esto, se reconozca en la historia y decida perdonar a mi amiga. Ojalá.

martes, 7 de octubre de 2003

"... Y comprendía, ahora, que el hombre nunca sabe para quién padece y espera. Padece y espera y trabaja para gentes que nunca conocerá, y que a su vez padecerán y esperarán y trabajarán para otros que tampoco serán felices, pues el hombre ansía siempre una felicidad situada más allá de la porción que le es otorgada. Pero la grandeza del hombre está precisamente en querer mejorar lo que es. En imponerse Tareas. En el Reino de los Cielos no hay grandeza que conquistar, puesto que allá todo es jerarquía establecida, incógnita despejada, existir sin término, imposibilidad de sacrificio, reposo y deleite. Por ello, agobiado de penas y de Tareas, hermoso dentro de su miseria, capaz de amar en medio de las plagas, el hombre sólo puede hallar su grandeza, su máxima medida en el Reino de este Mundo"

Alejo Carpentier, El Reino de este Mundo, 1948.

Leí este libro buscando retazos de un país para el que llevo dos años trabajando. Llegué a ese trabajo por amor, así que puedo decir que llegué a ese país y a este libro guiada por ese sentimiento. He descubierto una prosa magnífica, una forma de engarzar las palabras mágica y una historia espectacular. Al menos algo bueno ha dado ese amor.
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