sábado, 26 de julio de 2003

Curiosamente, los dos queremos lo mismo. A saber, estabilidad emocional. Él a sus treinta años, yo, con los míos, que no son los mismos. No obstante, el método de búsqueda es distinto. Yo, alocada, busco, vuelo, pruebo, aplicando el viejo método de "prueba y error". Provoca más desgaste, pero me hace sentir más viva y, sobre todo, me hace vivir ilusionada. Él, cuadrado, metódico y matemático -no en vano es músico y la música no es más que matemática bella- analiza la situación y decide quién es la persona que puede responder a lo que busca. ¿Amor?, ¿para qué?. Ya llegará... o no. Por supuesto, nada de aventura, nada de riesgo, nada de locura. Quizá por eso, lo nuestro siempre estuvo condenado al fracaso.

miércoles, 23 de julio de 2003

Él se apresuró a preparar su maleta, a guardar sus camisas, sus corbatas y trajes. Tenía tantas ganas de verla. Llevaban diez días separados y él no soportaba más la ausencia. La necesitaba para su cuerpo, pero, sobre todo, para su alma. El agotamiento, la desilusión provocada por los avatares de su trabajo necesitaban de ese bálsamo que, desde hace años, ella es.
Es cierto que ella, pequeña, coqueta, risueña, con uno de los peores genios que he conocido, con una personalidad desbordante, ha sido la contrincante de sus peores riñas, de las más absurdas y estériles.
Pero ayer, viendo cómo doblaba las camisas para meterlas en la maleta deprisa, con el ansia de llegar a ella lo antes posible, de comerse esos dos mil kilómetros que les separaban, les envidié y quise que, algún día, alguien corra a buscarme así y yo necesite tanto a alguien como ellos dos se necesitan y complementan.

domingo, 20 de julio de 2003

Hoy, por primera vez en mi vida, he pasado la noche fuera de la casa de mi madre. No preguntéis por qué, imaginadlo. Y todo iba bien hasta que a las 8 de la mañana, mi móvil ha empezado a berrear, vibrando y centelleando: mi madre me buscaba.
Cuando he llegado a casa y ha insisitido e insistido en saber dónde he estado, parecía uno de esos policías inflexibles, que busca fisuras en la coartada del presunto culpable. He estado en un tris de contar la verdad, pero me he contenido.
A veces pienso que las madres, en su fuero más interno, desean que nos pase algo malo en la noche, como para confirmar su teoría del peligro que nos acecha. Para decirnos "ya te lo decía", una vez más.
Pobre, si llega a saber de dónde venía. Aunque con solo mirarme la cara.... pero supongo que queda fuera de sus juegos mentales siquiera planteárselo.
Él y ella
Él y ella tienen una curiosa relación. Cuando están en la calle, rodeados de amigos, o solos en público apenas tienen temas de qué hablar. Algo de sus trabajos, un poco de sus negocios. Él no sabe cuál es el color favorito de ella; ella no conoce cuál es el tipo de música que él prefiere oír.
Luego, cuando se quedan solos en su buhardilla de madera, se les suelta la lengua, en todos los sentidos. Mientras la mordisquea, él le dice obscenidades al oído; ella se ríe y le pide una caricia ahí, justo ahí, donde a ella le gusta tanto. Él juguetea con un cubito de hielo y se lo pasa por todo el cuerpo, mientras ella se estira como una gata dormida y perezosa. Se besan, se acarician, se lamen, se muerden, así toda la noche.
Después se quedan dormidos. Él aún se despierta de nuevo y se acerca a ella, con ganas de tenerla; y la encuentra, como siempre. Luego, de nuevo, dormidos, apenas sin rozarse. Al amanecer un último abrazo antes de volver a los silencios.
Por la mañana, un tímido beso en los labios y un "adiós, seguiremos en contacto". Eso es todo. Extraña relación que sólo es plena cuando están desnudos.

martes, 15 de julio de 2003

Lo mio con el mar
No soy una necesitada del mar. Soy de interior y eso debe notarse porque no siento la angustia y la nostalgia que aqueja a aquellos que no conciben su existencia sin el mar. No obstante, eso no quiere decir que no me guste. Lo que pasa es que ante el mar yo me siento chiquita. Lo miro y admiro, enorme, inmenso, vivo, y yo me siento minúscula.
Junto a esta sensación general, tengo algunos recuerdos que van unidos, indefectiblemente, al mar. Uno de ellos es el de la primera vez que un libro me hizo llorar. No debía ser yo muy mayor, apenas una adolescente, y estaba leyendo un libro en el que se narraban los acontecimientos que un par de periodistas se veían obligados a sufrir en uno de esos países donde las dictaduras militares acabaron con millares de personas, por el simple hecho de pensar distinto. Después de descubrir una fosa común, se vieron obligados a abandonar el país. El relato de cómo se despedían de su familia, como guardaban un puñado de tierra de su tierra para que les acompañase en el forzado exilio, coincidió con la puesta de sol en la playa donde yo leía. No pude evitar que las lágrimas corrieran por mis mejillas. Fue la primera vez. Después ha habido otras. Y no sólo he llorado, también he reído, me he enfadado y he discutido con los personajes de algunos libros, señal inequívoca, para mi, de que el libro es bueno, porque me transmite lo que quiere transmitir. Y con eso me basta.
La otra noche tuve otra experiencia con el mar. Lo veía desde el balcón de la habitación donde iba a dormir. La luna llena lo iluminaba y él chocaba una y otra vez contra la playa, con un ruido hermoso y alto. "¡Qué bonito!", pensé. Entonces quise contárselo a alguien, poniéndole un mensaje al móvil y descubrí que no se me ocurría a quién. "Bien", me dije, "te has curado". Pero no me produjo alegría, fue una sensación agridulce. He salido de una enfermedad, pero no sé durante cuánto tiempo me durarán las secuelas del descreimiento, la ironía y el sarcasmo hacía el amor. Espero que no mucho. Me dormí pensando que tenía que contarlo aquí. Ya está.

martes, 8 de julio de 2003

Ayer me llamó una amiga. Mi amiga tiene un problema, le sucede algo que no puede entender y buscaba explicaciones en mi. No se las pude dar, así que le di consuelo. Mi amiga, sin proponérselo, causa un extraño efecto entre algunos hombres: se convierte en absolutamente irresistible, despierta sus pasiones y desata los torbellinos de su lujuria. Todo esto no estaría mal, si no fuera porque algunos de esos hombres no lo son. Mi amiga, como yo, tiene un principio que respeta a rajatabla. "Los hombres de mis amigas no son hombres, son los hombres de mis amigas". Simple. Claro. Y efectivo.
Yo no he sabido nunca lo que se siente en esos casos, por eso me limité a escucharla y confirmarla en su idea: cuesta tanto tener una amiga, una buena amiga, que por nada del mundo se pone esa amistad en juego, y menos por algo tan fútil y etéreo como el deseo de un hombre. Ánimo, amiga, conseguirás sortear las trampas.

lunes, 7 de julio de 2003

I
"Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.
De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido."

Pablo Neruda

El otro día su sonrisa se apareció ante mi. Abierta, completa, radiante, ingenua, hermosa. Por un momento tuve la certeza de que estaba allí... pero no. Ya no está y es mejor así, aunque, a veces, su sonrisa se me muestre en la oscuridad e ilumine la noche.

II
Histérico, ca. (Del lat. hysterĭcus, y este del gr. eστερικoς, relativo a la matriz).
1. adj. Propio de la histeria.
2. adj. Afectado de histeria. U. t. c. s.
3. adj. coloq. Muy nervioso o alterado.
4. adj. desus. Perteneciente o relativo al útero.
5. m. desus. histeria.

Real Academia de la Lengua

El otro día estuve con RL. Es un tipo curioso. No diré que le conozco a fondo, porque de evitar eso se ocupa muy bien él. Conoce el valor de refrán "el roce hace el cariño", así que no se roza.
Se salva del compromiso, de la dedicación y del detalle. Sin embargo, se empeña en calificar como "amor" sus escarceos breves y húmedos.
Hace algo más de un año me quitaba el sueño. Entonces, él me decía que era una histérica. Hoy es sólo un amigo con derecho a roce.... pero poco, no vaya a ser que nazca el cariño.

III
Los dos tomamos solo cocacola. Resulta que el alcohol nos vuelve cariñosos y nos lleva a cruzar la barrera invisible que parece que hemos trazado entre nosostros. Casi no nos tocamos. Hablamos mucho de él, de su trabajo, de mí, del mio. Nos despedimos con timidez. Desde entonces, mensajes breves.
La próxima vez que quede con él tomaremos copas. Me lo paso mucho mejor con él cuando bebemos copas. Y él conmigo, presiento.
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