miércoles, 31 de agosto de 2005
martes, 30 de agosto de 2005
domingo, 28 de agosto de 2005
miércoles, 24 de agosto de 2005
II. Ayer, Pepito Grillo se subió a mi hombro izquierdo y, junto a mi oído, me susurró lo que yo ya sé. Igual sirve. Aceptar retos lanzados por este pequeño grillo puede ser una buena mecánica para hacerme reaccionar. Otra cosa que agradecerle.
lunes, 22 de agosto de 2005
miércoles, 17 de agosto de 2005
A pesar de que odio estar en estas condiciones, a pesar de que busco, sin éxito, un hueco donde leer tranquila, donde estar sola como me gusta, a pesar de que me aburre el paso del tiempo, me sorprendo a mi misma necesitándolos, viéndolos en cada rincón de la casa y manteniendo conversaciones imaginarias con los dos frente a mi. Qué mala es la nostálgia y qué duro es tener que hacerse la fuerte cuando lo único que tienes son ganas de que te abracen y te consuelen.
martes, 9 de agosto de 2005
Me cruzo, a veces, con alguién a quien conozco o conocí en sus tiempos, un vecino, el familiar de un amigo. Pero me atrinchero en mis gafas de sol y, como el avestruz, pienso que si yo no lo miro, él no me ve. Tal vez no sea necesario. Igual no me reconocen, pienso, sin darme cuenta que si yo les he reconocido a ellos, por qué no van a reconocerme ellos a mi.
A veces, me alejo un poco de mi casa y me voy por esa zona residencial, fresca, llena de jardines y casa grandes. Algunas son nuevas, impolutas. Otras son las de siempre, llenas de desconchones en la cal y de manchas de lluvia en los aleros de los tejados.
Después de un rato, una hora aproximadamente, vuelvo a casa, al refugio. Cuando el sol toma la ciudad y la convierte en un horno, yo ya estoy refugiada en la penunbra de mi casa, frente a un libro o intentando trabajar. Así hasta la mañana siguiente cuando vuelvo a salir a la calle a recordar cómo era mi barrio y sus gentes hace once años, el tiempo que llevo fuera de su vida.
domingo, 7 de agosto de 2005
Clase de Historia del Arte. Cinco de la tarde. El aula llena de chicas de unos 16 años, hormonalmente activas. El profesor incia el pase de diapositivas. Un kouro griego. Una risita nerviosa se desplaza por la habitación. El profesor nos riñe. No va a permitir bromas con el arte, sobre todo porque a partir de ese momento va a verse mucho desnudo en la clase. A callar y a mirar con ojo científico.
Veinte años después. Playa de Baría, Vera, Almería. Las parejas, junto a sus hijos, abuelos, tios y primos toman el sol desnudos. Pasean arriba y abajo de la playa. Bajo la sombrilla recuerdo aquella tarde en la que el primer desnudo nos llamó tanto la atención. Ahora vuelvo a mirar con interés científico. "No hay dos cuerpos iguales", dice mi madre. Así es, el cuerpo humano en su plenitud. Mostrado al completo. Sin igual.
Curiosamente, en esa zona nebulosa, donde lo textil se mezcla sin problema con lo naturista, los que asisten al espectáculo de la naturaleza con más desinteres, con más normalidad, son los niños, que juegan en la arena, sin desviar ni un segundo la tención de sus cubos y palas. Lástima que llegará un momento en que, como dice el Génesis que les pasó a Adán y Eva, sean conscientes de sus cuerpos desnudos. Ojalá entonces asuman al ser humano igual que ahora, en plenitud, con tolerancia, con naturalidad.