miércoles, 31 de agosto de 2005

¡¡¡Prueba conseguida!!! Temía yo que nuestros escarceos y su manera de ser mermaran nuestra amistad. Su silencio de tres días, después de nuestro último encuentro me habían austado y temí que los remordimientos le hicieran alejarse. Pero no ha sido así. Ayer nos tomamos una tinto juntos y, dentro de lo permitido entre dos amigos que están en un sitio público, se mostró muy cariñoso conmigo. Hoy he ido a su consulta a acabar de dejar surtida a mi abuela de sus medicamentos, más o menos homeopáticos. En la intimidad del consultorio me ha abrazado muy fuerte y me ha besado como él sabe. Fuera esperaban los demás pacientes, que han debido quedarse algo extrañados de que saliera de ver al médico con una sonrisa en los labios. No, no estoy enferma. Estoy contenta. Somos amigos, muy íntimos y grandes amigos.
Su voz susurrante me ha despertado cada mañana, sacándome de las brumas del sueño y reinsertándome en la realidad poco a poco. Es lo que nos pasa a los que tenemos el despertador conectado con la radio. Hoy se ha despedido de la audiencia. ¿Quién me va a despertar ahora? Cuando los sonidos rutinarios cambian, una no puede evitar cierto temor.
Tres generaciones de mujeres juntas y tres formas de vida tan distintas. Tres reacciones diametralmente radicales ante el pudor a nuestros cuerpos, por ejemplo. Mientras que mi abuela entra a regañadientes en la ducha, resistiéndose a quitarse el camisón, para que mi madre la ayude a lavarse, yo ando por la casa al natural, haciendo oídos sordor a los reproches que me hacen, a los avisos de que los vecinos me van a ver o de que me voy a resfriar, con estos calores. Mi madre se queda enmedio. Ayer, cuando entré en la habitación que compartimos, se estaba desnudando y, se tapó instintivamente. Qué distintas somos las tres con esto, me dijo. Cada una hija de su tiempo, supongo.

martes, 30 de agosto de 2005

Hoy me ha despertado un olor especial que salía del horno y subía escaleras arriba hasta mi habitación. En un momento me he trasladado a hace años, a otoño, a final de vacaciones, a vuelta al cole. Me he arrebujado bajo la sábana y he querido quedarme en ese tiempo en que las vacaciones eran eternas, duraban tres meses y una no tenía responsabilidades. Hoy tendré que hacer la maleta, recogerlo todo y volver a la rutina y ese olor, por un momento, me ha hecho olvidarlo.

domingo, 28 de agosto de 2005

Principios firmes, sólidos, claros... Y la capacidad para aceptar las consecuencias cuando no se respetan. Dura tarea. La esquizofrenia del ser y del deber ser. La disyuntiva entre lo bueno y lo malo, siempre en revisión. Aceptar las contradicciones internas y externas y el valor de enfrentarse a ellas, con dignidad, con algo de dignidad.

miércoles, 24 de agosto de 2005

I. La rutina, la monotonía. Apenas acabo de conseguirla y me da pena pensar que debo abandonarla para instalarme en otra. Ahora es fácil. Me levanto, desayuno, salgo a hacer los recados necesarios y me pongo a trabajar; vuelvo a casa, comida, una pequeña siesta y más trabajo. Luego un paseo de una hora por los alrededores del pueblo, cena frugal-frutal y me siento en la puerta de la calle, como siempre, a tomar el fresco y ver a la gente pasar, mientras charlo con mi madre y con mi abuela. Y otro día, y otro.

II. Ayer, Pepito Grillo se subió a mi hombro izquierdo y, junto a mi oído, me susurró lo que yo ya sé. Igual sirve. Aceptar retos lanzados por este pequeño grillo puede ser una buena mecánica para hacerme reaccionar. Otra cosa que agradecerle.

lunes, 22 de agosto de 2005

"Te he amado hasta la locura. Ni un paso más". Ayer, en apenas una hora, me leí un libro de Dulce Chacón. Lo compré por su título, sin saber de qué iba la historia. En realidad, habría sido fácil imaginarlo, pero me atrajo tanto el nombre, que no pensé en lo obvio. "Un amor que no te mate". La historia es simple y demasiado evidente. Mujeres que aman y que, sin embargo, son maltratadas por los amados. Esta historia es algo especial, porque varias mujeres aman al mismo maltratador. Una de ella escapa de la trampa y le escribe una carta que termina con esa frase. "Te he amado hasta la locura. Ni un paso más". La locura como límite de un amor que te mata. Hace falta mucho valor para volverse cuerda y poner fin a la muerte acechante, real en el libro, metafórica en el resto de la vida. ¿Metafórica?. ¿Cuánta vida vas dejando en cada amor?. ¿Existen células madre que te devuelvan la ilusión, la inocencia, la fuerza y la frescura primigenia?

miércoles, 17 de agosto de 2005

La casa incómoda, el calor, la familia atiborrando el espacio, el poco espacio, los turnos de duchas, de aseos, de comidas, los horarios de sueño cambiados, la falta de intimidad, la ausencia de soledad. Los días pasan lentos, calmos, idénticos unos a otros. A pesar de ello, noto su ausencia y los echo de menos. Se les nombra en la casa más de lo que se merecen, pero es que forman parte de nuestras vidas, aunque ellos hayan puesto una barrera infranqueable entre nosotros. O tal vez la hemos levantado nosotros mismos, con nuestro mutuo silencio, cargado de reproches.
A pesar de que odio estar en estas condiciones, a pesar de que busco, sin éxito, un hueco donde leer tranquila, donde estar sola como me gusta, a pesar de que me aburre el paso del tiempo, me sorprendo a mi misma necesitándolos, viéndolos en cada rincón de la casa y manteniendo conversaciones imaginarias con los dos frente a mi. Qué mala es la nostálgia y qué duro es tener que hacerse la fuerte cuando lo único que tienes son ganas de que te abracen y te consuelen.

martes, 9 de agosto de 2005

Salgo a andar cada mañana, temprano, antes de que el sol se desperece y caiga como plomo sobre la ciudad. Me levanto, me lavo la cara, me pongo ropa fresca y calzado cómodo, me parapeto en mis gafas de sol y salgo a las calles de mi barrio, que hace tanto que no paseo. Me impongo un paso rítmico y constante, rápido, y me dirijo a las grandes avenidas, cambiando de aceras, buscando la sombra de los edificios. Cómo ha cambiado mi barrio. Hace tanto que no lo paseaba que casi no lo reconozco en algunos lugares. Voy mirando alrededor buscando la vieja casa, la tienda, el bar, que ya no están o tienen un cartel de "se vende" en sus ventanas. Camino por los jardines, nuevos, recién estrenados, y me voy cruzando con gente que hace lo mismo que yo. Se nos reconoce fácilmente. Todos vamos en ropa cómoda y con esa prisa de quién no va a ningún sitio.
Me cruzo, a veces, con alguién a quien conozco o conocí en sus tiempos, un vecino, el familiar de un amigo. Pero me atrinchero en mis gafas de sol y, como el avestruz, pienso que si yo no lo miro, él no me ve. Tal vez no sea necesario. Igual no me reconocen, pienso, sin darme cuenta que si yo les he reconocido a ellos, por qué no van a reconocerme ellos a mi.
A veces, me alejo un poco de mi casa y me voy por esa zona residencial, fresca, llena de jardines y casa grandes. Algunas son nuevas, impolutas. Otras son las de siempre, llenas de desconchones en la cal y de manchas de lluvia en los aleros de los tejados.
Después de un rato, una hora aproximadamente, vuelvo a casa, al refugio. Cuando el sol toma la ciudad y la convierte en un horno, yo ya estoy refugiada en la penunbra de mi casa, frente a un libro o intentando trabajar. Así hasta la mañana siguiente cuando vuelvo a salir a la calle a recordar cómo era mi barrio y sus gentes hace once años, el tiempo que llevo fuera de su vida.

domingo, 7 de agosto de 2005



Clase de Historia del Arte. Cinco de la tarde. El aula llena de chicas de unos 16 años, hormonalmente activas. El profesor incia el pase de diapositivas. Un kouro griego. Una risita nerviosa se desplaza por la habitación. El profesor nos riñe. No va a permitir bromas con el arte, sobre todo porque a partir de ese momento va a verse mucho desnudo en la clase. A callar y a mirar con ojo científico.

Veinte años después. Playa de Baría, Vera, Almería. Las parejas, junto a sus hijos, abuelos, tios y primos toman el sol desnudos. Pasean arriba y abajo de la playa. Bajo la sombrilla recuerdo aquella tarde en la que el primer desnudo nos llamó tanto la atención. Ahora vuelvo a mirar con interés científico. "No hay dos cuerpos iguales", dice mi madre. Así es, el cuerpo humano en su plenitud. Mostrado al completo. Sin igual.

Curiosamente, en esa zona nebulosa, donde lo textil se mezcla sin problema con lo naturista, los que asisten al espectáculo de la naturaleza con más desinteres, con más normalidad, son los niños, que juegan en la arena, sin desviar ni un segundo la tención de sus cubos y palas. Lástima que llegará un momento en que, como dice el Génesis que les pasó a Adán y Eva, sean conscientes de sus cuerpos desnudos. Ojalá entonces asuman al ser humano igual que ahora, en plenitud, con tolerancia, con naturalidad.

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