martes, 23 de enero de 2007

Lo he visto de refilón. El número redondo, en negro, sobre blanco. 9130. Hace años ver esa matrícula me levantaba las mariposas del estómago. La buscaba en los lugares comunes, nerviosa, ansiosa, y cuando aparecía en el aparcamiento del bar de copas donde siempre quedábamos, sin quedar, la felicidad llegaba a mi vida. Hoy la he visto de refilón. 9130. Cierto que faltaban las letras anteriores y las de detrás, pero sólo ver los cuatro números me han hecho recordar aquellos meses de felicidad y tristeza a partes iguales. 9130.

lunes, 22 de enero de 2007

Soy una ingenua. Una terrible ingenua. Yo creía que se trataba de trabajar bien, siendo honesta y leal con la institución. Y resulta que no es así, que hay que medir palabras, mensajes, consecuencias, primarias ocultas, mil circunstancias. ¡Vaya! Yo creía que eran habas contadas. Trabajabas unos años y volvías a tu pequeño despacho, a seguir estudiando y cumpliendo con tu deber. El poder...debe ser el poder...nímio, minúsculo y ridículo, aunque para algunos parezca tanto y tan importante.
A mi, sinceramente, me dan unas ganas de irme a mi casa...

martes, 2 de enero de 2007

Era octubre, el 6 de octubre. Aún hacía calor. Tenía 13 años y volvía de mis primeras clases vespertinas en el instituto. Era el cumpleaños de mi prima, dos años debía cumplir. Yo llevaba un vestido rosa, de corte imperio. Me lo había hecho mi madre. La parte de arriba era de punto de aguja en rosa fuerte, con tirantes; llegaba hasta debajo del pecho; desde allí era de tela, rosa más suave, con dibujos de vichy. Hacía calor aún y llevaba una rebeca en tono marfil, arremangada. El autobús iba abarrotado, como siempre. La gente apelotonada, pero, igual que siempre, al pasar el viaducto, empezaba a quedarse más vacío. Le había visto en el autobús otros días; creo que se montaba en la misma parada que yo, pero no estoy segura. Era muy desagradable:bajito, pelirrojo, la piel llena de pecas, el pelo de estropajo y esa mirada que me producía asco. Aún faltaban algunas paradas para llegar a la mía. Creo que él se bajaba también en la misma, pero no me acuerdo. Yo fui acercándome a la puerta, aún aprisionada por la gente, buscando posiciones para bajar más rápido. Entonces sentí la presión, alguién me empujaba por detrás. No lo entendí porque, aunque el autobús no iba vacío, había espacio suficiente. Me giré y vi que era él, muy pegado a mi. Miré mejor y entonces lo ví. Su pene flácido fuera de la bragueta, su mirada repugnante, pegado a mi, oliéndome. Le miré horrorizada y me separé, pero él me siguió. Entonces se abrieron las puertas del autobús y yo me bajé corriendo. Del bar junto a la parada salió mi tío con mi prima pequeña de la mano. Le dí un beso y le dije que iría en un rato a su casa, para celebrar su cumpleaños. No dejaba de temblar, pero decidí no contar nada a nadie. Y no lo he hecho nunca...hasta hoy, cuando en urgencias, mientras revisaban la rodilla dolorida de mi hermano, le he visto. Le he reconocido inmediatamente, el mismo pelo estropajoso y rojo, la misma miraba asquerosa, la misma piel pecosa y blanquecina. Por un momento, se me ha pasado por la cabeza contárselo a mi madre o a mi cuñada, pero no lo he hecho, como no lo hice hace 26 años. Sólo aquí lo dejo, como si de un exorcismo se tratase.
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