domingo, 31 de octubre de 2004

Ausencias sin esperanza. Sin la posibilidad de retomar una charla, unas risas, un abrazo, un compromiso. Esas ausencias que te dejan con la angustia de no haberle dicho lo que querías decir. Sin la posibilidad de despedirte. Sin haberle podido demostrar que las esperanzas e ilusiones que pusieron en ti se cumplieron. Y se cumplieron porque ellos, los ausentes, han sido el motor para conseguirlo, para hacer que tu compromiso se mantuviera firme. Sin esperanza. Se van quedando en el camino y te van dejando un poco más sóla, aunque venga gente nueva que te dé alegrías e ilusiones y vida. Compensaciones de amor que no valen, porque un amor nuevo no suple al que se fue, aunque te ayuda a vivir. Vivir, seguir viviendo, porque no hay otro remedio. Y vivir con alegría. Por talante. Por fuerza. Como homenaje a mis ausencias.

viernes, 29 de octubre de 2004

Me hizo un gesto con la cabeza, invitándome a seguirle. Lo hice. Ya sabía lo que quería. Me cogió fuerte de la cintura, acercó su mejilla a la mía y empezó a guiarme. Bailábamos. "Feelings, nothing more than feelings, trying to forget my feelings of love". Quise concentrarme en sentir. Su olor, la textura de su mejilla que apoyaba en la mía, su mano fuerte en mi cintura. Temí que, si él hacía lo mismo, notaría mi corazón desbocado, pero también el calor de mi piel, como yo notaba el suyo a través de su jersey. Ni una palabra entre nosotros. Todos esperaban que la canción acabase para marcharnos, pero yo no quería que acabase. Quería seguir ahí eternamente, para siempre, sostenida en el aire, mantenida en un hilo. A veces cambiaba la intensidad del paso y para ello me abrazaba más fuerte, forzándome a seguirle. Si alguno de los que nos conocen nos hubieran visto.
Terminó la música. Nos separamos, sin una palabra. Yo sentí frío, el frío que se siente al salir de un calor agradable. Cada vez que estoy con él, el mecanismo de mis hormonas se dispara. Pero sólo somos amigos. Colegas. ¿Qué pensarán los que estaban con nosotros?. Hemos compartido plato y postre. Y nos hemos bebido a medias la copa. Pero eso es todo lo que compartimos. Recogimos nuestras cosas y salimos a la calle. Nos emplazamos para el martes. Un café antes de clase. Llegué a mi hotel y aún pude sentir su olor a mi alrededor. ¿Conservará él el mío?. ¿Qué pensará?. ¿Qué habrá sentido?.

jueves, 28 de octubre de 2004

Ocurrió. Lo que temía desde el principio ha ocurrido. Se ha fraguado la conspiración delante de mis narices y yo ni idea. Será porque no lo entiendo, porque no le veo el interés. Será porque yo no soy agente activo ni pasivo, no tengo ningún poder de decisión. Será, esencialmente, que me parece tan infantil querer liderar el vacío, el aire y la nada. Pero ha pasado. No sé cómo sentirme. En este momento cansada y deseosa de llegar a casa. Ya lo pensaré despacio y obraré en consecuencia.

martes, 26 de octubre de 2004

"Floor ladies". Eso dice la propaganda del hotel. Planta especial para la mujer ejecutiva. Llevo dos días buscando, por puritita curiosidad. Porque me surgen varias preguntas:
1. ¿Por qué una mujer necesita una planta epecial?
2. ¿Por qué la mujer ejecutiva?
3. ¿Qué necesidades especiales tiene la mujer ejecutiva frente a la mujer -la misma, incluso- cuando no viene aquí a trabajar, sino a veranear?. ¿Serán servicios para acicalarnos, cuidarnos, masajearnos o que nos masajeen?.
Como no sea un chulazo, no sé a qué se refiere la propaganda del hotel. Sigo investigando. Ya os contaré y si merece la pena, os daré la dirección del hotel. Palabra.

lunes, 25 de octubre de 2004

Me he desvelado. Son las 4.22 de la mañana y aquí estoy, desvelada. Con todo lo que tengo que hacer mañana. Lo sabía cuando me he metido en la cama a las 12 de la noche. Sabía que si algo me despertaba a medionoche, por poco que fuese, me iba a desvelar. La noche perfecta. Justo cuando menos falta me hace desvelarme. Mi cena de fruta me ha obligado a levantarme, como siempre. Y entonces la alarma de ese coche, impenitente, sonando una y otra vez, ha hecho el resto. Me he hartado de dar vueltas en la cama, pensando en mil cosas, dándole vueltas a todo, desde la maleta sin preparar hasta la nota sin terminar para la chica que limpia en casa. Desde su último mensaje hasta la llamada de Hatem, hoy a mediodía. Desde ese artículo que debo escribir, para el que el plazo ya se ha terminado hasta ese reglamento que debo redactar, porque también para ese el plazo era ayer. Harta de dar vueltas, he puesto la radio. Han detenido a un presunto etarra en Bilbao, hace apenas un par de horas. Bebo Valdés actúa aquí justo la semana que yo no estoy. Pero qué más da. De todos modos no habría ido a verlo. No me gusta ir sola a los sitios y, al final, me acomodaría y me conformaría con poner un disco y disfrutarlo en casa. Tal vez acompañando la música de un trago de ron; tal vez fumando un puro. Puro cubano, tú, mi acere.
Mira que sé que no debo hacerlo, que no debo pensar tanto, que de noche todo se ve peor. O tal vez más claro. Justo cuando estaba pensando que debo exigirle menos a la vida para que la vida no me decepcione tanto, cuando había llegado a la conclusión de que debía encontrar el equilibrio perfecto -no ser muy feliz a cambio de no ser muy desgraciada-, me he levantado de la cama y he preparado la maleta. Demasiado negro en mi maleta. Justo al contrario de lo que me ocurre en el verano, donde mi vestuario se llena de rojos, blancos, azules luminosos. En invierno mi vestuario es negro y gris. Me he dado cuenta y he metido algo de color. Colorterapia. No sé si surtirá efecto, pero, por lo pronto, voy a iniciar otra filosofía. Evidentemente, la felicidad no está donde la busco. No se trata de rendirse, es un ejercicio de supervivencia, no puedo estar pendiente de darme contra el mismo muro cada día, a cambio de algunas migajas, que no esconden nada. Lo peor es conformarse con las migajas. Hay que buscar en otro sitio. Hay que seguir buscando.
Las 4,37. Voy a intentar dormir un poco. Con todo lo que tengo que hacer hoy. Y al despertador no le queda mucho tiempo para sonar. Maldita alarma.

miércoles, 20 de octubre de 2004

Reflexiones
Hoy llegaba a casa cansada, como siempre. Mientras bajaba los peldaños de la escalinata que conduce a mi casa, me llegó nítidamente, el olor de las empanadillas chinas que cocina mi vecina, coreana, simpatica y risueña que regenta el restaurante de comida para llevar que hay en la plaza donde vivo. Cambié el rumbo y me fui hacia ella. Es demasiado respetuosa para llegar a hacerlo, pero su sonrisa y su mirada me transmiten claramente un abrazo cuando entro en su local. "Tú muy guapa hoy". "Tú muy guapa siempre, hoy más", rectificó. Esta vez sonreí yo. Me preparó el pedido: empanadillas chinas con salsa de soja y ternera con salsa de ostras. Cuando me lo daba me dijo, de nuevo con su sonrisa perenne "Tú no trabajar tanto. No bueno. Tú no sola en casa. Tú cuidarte". Vaya diagnóstico. ¿Y si es que trabajo tanto para no tener que llegar a casa sola?.

No suelo creer en eso, pero por costumbre leo el horóscopo de periódicos y revistas. Casi siempre los leo con retraso y soy incapaz de acordarme si acertaron o no. Algunas veces se han producido coincidencias divertidas. El de hoy rezaba así: "LLevas demasiado tiempo queriendo con la cabeza y pensando con el corazón".
No me molesta pensar con el corazón. Me gusta, a veces, dejarme llevar por el cariño que le tengo a la gente y actuar en consecuencia. Pero es verdad que ya llevo demasiado tiempo guiando los asuntos del corazón con la cabeza, para controlarlos para no caer. Y agota.

martes, 19 de octubre de 2004

Carmela ha vuelto. Como siempre, da gusto leerla. Pronto hasta se la podrá abrazar. Estoy contenta.

lunes, 18 de octubre de 2004

El día se volvió gris y yo me volví irascible, irritada y triste. Así que decidí irme, enrocarme, como le dije a J, alias Iskra. Durante el trayecto decidí hacer una parada en una tienda y la fiebre consumista me fue alegrando el ánimo. Apagué el móvil y me dediqué a mirar, a probar, a comprar. Reconciliada con el día, encendí el teléfono y llegó la llamada salvadora. No hay nada que tres vermut, una tosta de jamón, un plato de sabrosos ahumados y un ron no curen. El día estaba salvado. Pero todavía quedaba lo mejor: tachaaaán!. J me acompaña al concierto del miércoles y luego a cenar, y luego... Y tengo otra invitación a la fiesta de fin de Ramadán, siempre que me cubra la cabeza y no lleve ropa corta. El anuncio de su visita me llena de alegría, porque es un amigo tierno, que me da cariño y risas. Hoy ha hecho arroz con leche según la receta de su madre. Y ha prometido prepararlo aquí, en mi cocina, cuando venga.
Ayer el periodico daba noticia de una exposición que tiene por objeto el vudú. La leí porque se refería a Haití, ese país lejano pero que, por tantas cosas, me resulta tan cercano, y porque se refería a ese culto ancestral que tanta impresión me produce. También he oído, leído y visto noticias referidas al Ramadán, mes de sacrificio para los musulmanes, que cada año, al albur de los ciclos lunares, nos trae referencias al Corán y a sus principios.
Pensaba yo en todas estas cosas. En las religiones y en como mueven el mundo. En cómo provocan guerras y destrucción -¿la provocan o son una excusa para que los descreídos se maten y nos maten?- y, sobre todo, en lo que se parecen unas a otras.
En el caso del vudú, la simbiósis es tan perfecta que, incluso, se asimilan los santos católicos con los dioses africanos. Y, siendo los primeros, trasunto de los griegos y romanos, ya los tenemos a todos juntos, en un precioso batiburrillo (Vid. artículo de Maruja Torres, en EPS).
Pero, además, me llamó la atención esa fijeza de las religiones, de casi todas, en hacer sufrir, en exigir que sus acólitos paguen por los pecados cometidos. Las torsiones, los cimbreos y éxtasis que provoca el ron en los practicantes africanos tienen como fin penar las faltas. Incluso, se menciona una práctica que consiste en untar la vagina de las mujeres con un líquido picante, altamente corrosivo. El máximo pecado en la vagina de la mujer, que precisa más purificación que nadie.
Los musulmanes hacen algo parecido, pero más sofisticado. Un mes sin comer, beber y practicar sexo desde que sale el sol hasta que se pone. Para purificarse. También hablan de puereza de sentimientos, de evitar malos pensamientos, de ser buenas personas. Igual que a los católicos, sólo se les exige durante un mes.
Lo que me resulta más curioso es que la represión se lleva a cabo sobre aquellas costumbres naturales que aseguran la supervivencia de la raza humana: comer y procrear. La naturaleza lleva siglos propiciando estas prácticas, haciéndolas gozosas y agradables y las religiones, casi a la vez, las reprimen y las convierten en pecado. Esto sí que es ir contra natura. Como decía "Pata Negra" hace muchos años, "todo lo que me gusta es ilegal, es inmoral o engorda".

viernes, 15 de octubre de 2004

"Vida con aristas". !Uy! Eso debe doler. O, cuanto menos, molestar. Porque si las aristas se disparan hacia fuera, se corre el riesgo cierto de herir a todo aquel que se acerca a uno. Pero si son hacia dentro, se hace daño uno mismo. En cualquier caso, todo el mundo acaba sufriendo. Y yo me niego. Así que mucha lija, suavita, para pulir y dejar la vida redonda y brillante.
Ayer me llamó. Otra vez. Van varias veces en pocos días. Su voz suena profunda, como siempre, y se esmera en alabarme, en acentuar mis virtudes, en pedirme disculpas por los errores, en agradecerme que, a pesar de todo, siga ahí. Ayer me dijo que le he enseñado muchas cosas. Debe referirse a que he mantenido una amistad a pesar de los avatares, que he peleado por mi sitio y me lo he ganado, frente a las adversidades. No lo sé. Como siempre, la conversación queda pendiente para un futuro café compartido, que probablemente no tendrá lugar, porque él volverá a entrar pronto en esos espacios de ausencia y silencio a los que me tiene acostumbrada.
¿Qué me pasa con este hombre?. Es cierto que le quise mucho, que peleé por él hasta donde él me dejó, que, por primera vez en mucho tiempo, me planteé seriamente llegar al final con él, por él. Pero también es cierto que me mintió, me dejó sola frente al desastre y se escondió como un cobarde. Y, sin embargo, no puedo irme. Me mira con sus ojos tristes y no puedo evitar acariciarle despacio y darle un beso en la mejilla. Pero una amistad donde hay tantos temas tabú no es amistad, no como yo la entiendo, como yo la quiero, como yo la necesito.
A veces recuerdo aquel lejano día en que bailamos por primera vez, separados por unos metros, pero muy juntos. Aquél día, tal vez, nació un lazo entre nosostros que no nos separará nunca. Extraños misterios de la vida, de las relaciones, del amor y de la amistad.

jueves, 14 de octubre de 2004

"El hábito no hace al monje". Cierto, a pesar de que nuestra sociedad, cegada por el brillo y el oropel, pretenda que un nombramiento, un cargo, una atribución más o menos temporal convierta a quien lo ostenta en alguien especial. El ser designado para estas funciones solo conlleva la responsabilidad del correcto ejercicio de las competencias que se le encomiendan. De ahí debe nacer el respeto. En mi trabajo hay mucho de esto. La sociedad nos ha encumbrado sin merecerlo ya. Y es tan difícil hacer ver a nuestros compañeros que no somos más que un elemento más -importante, sí, pero uno más- en el complejo engranaje de este servicio público que ofrecemos.
Pero lo que me gusta más es encontrarme con personas que, no sólo no se adaptan al cargo, sino que hacen que éste se adapte a ellos. Que imprimen su carácter a lo que hacen y lo desvisten del boato y la ceremoniosidad que se le presume. Lo hacen tan llano y tan sencillo que, a veces, hacen que me olvide de lo que son, que no sea capaz de apreciar que, efectivamente, el cargo es importante. Gracias por permanecer ahí, como siempre.

miércoles, 13 de octubre de 2004

Dónde acaba la temeridad y empieza el miedo. Hasta dónde es heroísmo o un deseo de superar un dolor. Se trata de valor o de esa necesidad de sufrimiento que nos ha inculcado nuestra cultura. Pesa más la realidad o el valor de los símbolos. O es sólo fetichismo.
Él estuvo en casa una semana. Cuando se marchó intenté borrar cualquier signo de su presencia, eliminé cualquier objeto o señal que me lo trajese a los ojos o al pensamiento. Él ya no está. Sólo quedaba una cosa y hoy decidí superarlo. No fui capaz de volver a usar las sábanas que nos cubrieron durante esa semana. Temía que, a pesar del jabón, del sol y del aire, su olor, su sudor, sus cabellos sueltos siguieran ahí.
Hoy las ví, dobladas en mi ropero oliendo a suavizante. Y decidí que había llegado el momento. El destino hizo el resto. Cómo es el destino. Antes de acostarme me duché y me metí desnuda bajo las sábanas. Justo cómo la última vez que las usé. La diferencia es que esta vez él no estaba. No le he echado de menos. No a él.

P.D. Anoche ví "Lucía y el sexo". La tenía grabada. No la había visto. Ni siquiera tenía idea de qué iba. Me ha resultado muy inquietante. Mucho. Sexo, fotografías, alguien que cuenta historias -verdaderas o inventadas- para que otros las lean en su ordenador o en internet, personajes que acaban encontrándose, una isla para olvidar y para curar las heridas, una niña hermosa... Muy inquietante.

martes, 12 de octubre de 2004

Hace exactamente siete años, de madrugada, él me llevaba a casa. Era mi última noche en la ciudad. Al día siguiente debía volver al trabajo. Llevábamos varios días raros. Él se había vuelto distante. Yo sabía por qué. Me había mentido. Y no me lo negó. En su coche le hice la pregunta, esa de la que no quería la respuesta, porque la conocía. "¿Te has acostado con ella?". Cerré los ojos. "Entiéndelo. Han sido muchos años". Yo no quería entenderlo. Sólo quería que no me doliese como me dolía. Apenas dormí aquella noche. Me levanté temprano. Hice la maleta y me despedí como pude de mi madre en la estación. Cuando el AVE cerró las puertas las lágrimas empezaron a fluir mánsamente de mis ojos. No podía pararlas. La chica sentada enfrente me miraba y me sonreía. Yo le devolvía una mueca, mientras las lágrimas fluían detras de mis gafas de sol. Cuando abrí la puerta de mi pequeño apartamento, empecé a sollozar. Y lloré sin remedio.
Volví a verlo a primeros de diciembre. El cáncer le estaba destrozando. Estaba más delgado aún que de costumbre y la quimioterapia le había dejado sin pelo. Cubría su cabeza con una gorra. Hacía frío. Le ofrecí mi amor y mi ayuda. Y, por primera y única vez, dudé de todo, de mi trabajo en esa otra ciudad, de haberme ido lejos. Y me plantee seriamente dejarlo todo y volver. Me dejó en la puerta de casa. Me besó y me dijo que me llamaría al día siguiente. Nunca más volví a verlo. Mis amigos me evitaban la conversación, pero yo sabía que se moría.
Hace exactamente cuatro años, Teresa me llamó. "Él ha muerto. La luna estaba llena. Estaba rodeado de los suyos. Seguro que se acordó de nosotros. Seguro que pensó en ti". Volví a llorar, porque, aunque sabía que llevaba tiempo esperando esta llamada, le iba a echar de menos. Aunque hacía tres años que no le veía -los que él dedicó a luchar con la enfermedad- no había dejado de echar de menos su forma de ser, de tratarme, de hacerme sentir hermosa y bonita y especial. No había olvidado su sonrisa o como llegaba a mi, cansado del trabajo, y reposaba su cabeza en mi hombro para que yo le acariciase y le mimase.
Hace exactamente cuatro años él se fue para siempre y yo echo de menos lo que pudo llegar a ser, si el mal no se hubiese cruzado en su camino. Un magnífico amigo. Te quiero Juan y te recuerdo con una sonrisa. Hoy miraré la luna y pensaré en ti, otra vez.

lunes, 11 de octubre de 2004



"Hibernación.
(Del lat. hibernatio, -onis).
1. f. Estado fisiológico que se presenta en ciertos mamíferos como adaptación a condiciones invernales extremas, con descenso de la temperatura corporal hasta cerca de 0º y disminución general de las funciones metabólicas.
2. f. En animales, tanto vertebrados como invertebrados, sueño invernal.
3. f. Estado semejante que se produce en las personas artificialmente por medio de drogas apropiadas con fines anestésicos o curativos."

Así he estado todo el fin de semana. Limitando mis constantes vitales. Curándome. Sueño reparador.

domingo, 10 de octubre de 2004

"Te regalo mi camiseta; así, cada vez que te la pongas, te acordarás de mi". Ya he hablado de P aquí. Cuando le conocí no le vi. Yo estaba a otra cosa. Luego, a fuerza de insistencia, la suya, adquirió perfiles propios. Hoy es un amigo insustituible.
Acabamos de pasar unos días juntos, rodeados de gente, trabajando codo con codo, cansados. Pese a ello, siempre encontraba un momento para la caricia, la sonrisa, un beso clandestino y rápido. Con la excusa de las madrugadas frías, me arrebujaba en sus brazos. Él me acariciaba, enredando sus dedos en mi pelo. No ha pasado nada más. Yo no he querido. Él argumenta que los amigos lo comparten todo. Yo no lo creo. Pero, cada mañana, al levantarme, me pongo su camiseta y camino por la casa con ella pegada al cuerpo. A veces, el contacto del algodón negro me recuerda al calor de esas madrugadas frías de finales de septiembre. Nostálgica. Tal vez sea porque el otoño se ha instalado en la ciudad y siento frío. Su camiseta y sus mensajes me dan calorcito. Y ahorro en calefacción.

viernes, 8 de octubre de 2004

Me exaspera la crítica fácil, basada en el chiste ramplón y singracia. Me exaspera venga de donde venga, pero cuando la llevan a cabo "los míos" me pone enferma. Debate en la Universidad. Bien. Espero rigor, datos, ideas claras, no basadas en el chascarrillo. Pues no. ¡Qué simpleza!. Como si todo se arreglara riéndose de la cara de cierta ministra tras unas elecciones. Luego nos quejaremos de que nos llamen "simpáticos". Datos, señores. Y argumentos serios y profundos. ¿La gracia?. Claro, que de todo hay que reirse. Pero hasta para saber reírse hace falta inteligencia. Y normalmente hay que empezar por reírse de uno mismo, que es bastante sano.
Acabo de pasar la página de mi calendario de mesa. Ocho de octubre. Santo del día: Amor. Amor profano, carnal, vivo, fuerte, pleno. ¿Una premonición? Hoy, día ocho, debo tener los ojos muy abiertos y el corazón listo para la explosión. ¡Ay, como me toque, ay, si me toca!
Juegas conmigo y no sé cuál es el juego. Como no conozco las reglas no sé si hago trampas. Es un tira y afloja en el que tengo miedo de no medir las fuerzas y quedarme con el hilo en la mano, roto para siempre. Mido palabras, gestos, ruidos y no sé si encuentro el tono adecuado para que lleguen a tus oídos en armonía perfecta. Te pido pistas y me das razones. Te ofrezco razones y me pides quimeras. Imprescindible ya. Y yo miedosa.

jueves, 7 de octubre de 2004

Tomaba yo ahora café con mi amiga Sofía y comentábamos los avatares laborales de los últimos días que, como ya he contado, tantos disgustos -personales y profesionales- me están causando. Y le decía que ayer, cuando volví a casa me llevé la alegría de que la chica que limpia en mi casa había vuelto, después de más de un mes de abandono. Cuando entré en mi casa me di cuenta de que había estado. Todo recogido. Limpio. Oliendo bien. Recorrí las habitaciones comprobando los detalles de su visita. Cuando entré en mi habitación vi que me había hecho la cama, había colocado los cojines y ese pequeño muñeco que guardo de recuerdo del bautizo de mi única ahijada, mi querida Vero. Lo que más me enterneció es que había doblado la ropa, había colocado, incluso, en una percha unos vestidos que me había probado por la mañana y que había dejado tirados sobre la cama. Dobló mi camiseta y la puso bajo la almohada, pensando que era mi camisón y colocó los zapatos en orden. Sofía, que también vive sola, me ha entendido. Lo último que necesitaba ayer era llegar a casa, tan cansada de tantas cosas, y tener que ponerme a ordenar el desorden. Por primera vez, en mucho tiempo, me sentí mimada al llegar a casa.

miércoles, 6 de octubre de 2004

Estaba a punto de escribir un post en el que pretendía quejarme de lo difícil que es mi vida. Mientras se ha encendido el ordenador, se ha cargado el antivirus, la conexión tarifa plana ha encontrado la IP correspondiente, y ha salido la página de inicio, he ojeado un libro ya leído. Me lo recomendó hace un par de años mi amiga Bandaluna. Aún recuerdo aquel día, hace dos veranos, en el que me confesó su affaire, inconcebible, impensable -¿impensable?-, como una broma del destino. Despés de contármelo, me habló de los dos libros. "Léete primero 'Trilogía sucia de La Habana' y deja para después 'Animal Tropical'. Lo entenderás mejor. D me los ha recomendado y son buenísimos". Es verdad, son muy buenos, los dos.
Pues eso, que esperaba yo que el ciberespacio se pusiera a mi disposición para poder quejarme, cuando he leído, en apenas 2 páginas, frases como estas:
" Ya me estaba acostumbrando a muchas cosas nuevas en mi vida. Me estaba acostumbrando a la miseria. A tomarlo todo como viniera. Me entrenaba en abandonar el rigor, o no sobreviviría. Siempre viví carente de algo. Desasosegado, queriendo todo a la vez, luchado rigurosamente por algo más. Estaba aprendiendo a no tenerlo todo a la vez. A vivir casi sin nada. De lo contrario seguiría con mi visión trágica de la vida. Por eso ahora la miseria no me hacía mucho daño".
O como este párrafo, que tengo subrayado, porque me gusta mucho y me hizo reflexionar sobre el tema: "Es que el sexo no es para gente escrupulosa. El sexo es un intercambio de líquidos, de fluidos, saliva, aliento y olores fuertes, orina, semen, mierda, sudor, microbios, bacterias. O no es. Si sólo es ternura y espiritualidad etérea entonces se queda en una parodia estéril de lo que pudo ser. Nada.".
Ahora mismo, leyendo estos párrafos, rememoro la época en que lo leí. Y he decidido que basta de quejarse. Hago lo que hago con mi vida porque quiero. Nada ni nadie me impide cambiarla, más que yo misma. Tengo lo que quiero. Más que muchos. Pasan cosas a mi alrededor que no me gustan, que me molestan, que me hacen daño, que me duelen. Pero eso forma parte de mi vida. No es mi vida.
Así que voy a apagar el ordenador, voy a bajar al salón, voy a sentarme en el sofá, voy a poner música y voy a repasar las páginas de este libro. Voy a disfrutar con sus palabras. Y mañana volveré al trabajo. A seguir haciendo lo que me gusta.

martes, 5 de octubre de 2004

Cambio puesto de funcionario, con cargo docente, bien remunerado, por vacaciones perpetuas en cualquier punto remoto del Caribe. Requisitos de los candidatos: capacidad para tratar con bebés que mandan, habilidad en resolver puzzles de 15.000 piezas en sesiones de dos horas en días alternos, paciencia demostrada en la asistencia a reuniones con resultados inútiles previsibles, disponibilidad de horarios extensos -12 horas o más-, dedicación al trabajo con ilusión y buen talante. Se valorará el conocimiento de idiomas universitarios.
Es imprescindible que el lugar del Caribe para el trueque tenga playas de arena blanca, aguas transparentes, cocoteros y demás atrezo típico. Se valorará la existencia en el lugar de una población masculina divertida, amante del baile, del ron, del buen vivir, amante, vamos. Abstenerse curiosos. De verdad, no está claro que merezca mucho la pena. Los interesados pueden dejar sus ofertas en la sección "comentarios".
Optimizar recursos, reciclar cariños, diversificar afectos para minimizar el riesgo... Expresiones que mi amiga Bandaluna usa a menudo, para querer decir, entre otras cosas, que si concentras en un sólo sentido el cariño y la amistad, puedes quedarte sola ante la decepción. En los últimos meses, le estoy dando la lata. Me aprovecho del ofrecimiento de su amistad y confianza, de su conocimiento del medio y de su paciencia. Y como es tan buena persona, me soporta. A veces, hecho de menos un café, pero siempre está, de un modo u otro. Gracias.

viernes, 1 de octubre de 2004

Hoy alguien me ha dicho que le da alegría cuando me ve. Que siempre tengo una sonrisa dispuesta y una palabra amable. Forma parte de mi manera de ser, supongo. Siempre hay tiempo para un mal gesto, una decepción o una lágrima. Y yo suelo guardar las mías para mis ratos de soledad. Pero a veces se desbordan de modo inconveniente. Hoy alguna se me ha escapado. Por fortuna, quien ha alabado la luz de mis ojos hoy no la ha visto. Los familiares han aguantado estóicamente el ceremonial, largo, tedioso. Pero cuando los han nombrado, con voz alta y firme, han llorado. Y yo con ellos. Entre aplausos, como si el ruido amortiguase el dolor. Un bonito y pequeño homenaje.
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