lunes, 28 de febrero de 2005


La bandera blanca y verde
vuelve tras siglos de guerra
a decir: paz y esperanza
bajo el sol de nuestra tierra

Andaluces, levantaos,
pedid tierra y libertad
sea por Andalucía libre
España y la humanidad

Los andaluces queremos
volver a ser lo que fuimos
hombres de luz que a los hombres
almas de hombres les dimos

Andaluces,levantaos
pedid tierra y libertad
sean por Andalucía libre
España y la humanidad

jueves, 24 de febrero de 2005

Salía de mi despacho y me reprochó que era feo, que estaba descuidado y que debía ponerlo bonito. Como no me siento propietaria del mismo, usuaria eventual más bien, no he querido mover nada de su sitio. Pero alguien fuera lo oyó y hoy, cuando he vuelto de comer, lo tenía limpio, recogido, los montones de papeles había desaparecido, el ordenador viejo arrumbado en el rincón ya no estaba, los sillones estaban colocados, la mesa despejada, el armario vacío. La señora de la limpieza me ha traído un jarrón con flores secas y se ha comprometido a traerme alguna planta y aquello ha empezado a ser un sitio menos desagradable. De todos modos no quiero personalizarlo demasiado, no vaya a ser que me dé pena dejarlo y me aferre a la pata de la mesa. Sólo falta que se vuelva tan agradable, que no me quiera ir, con la de horas que ya paso en él.
Me llamaron a mi despacho para avisarme. Era una crítica demoledora dirigida a mi, en respuesta a mi escrito. No entendía nada, pero presentí que yo no era el objeto, que había algo más. No tardé en saberlo y consciente de que no era algo personal, dejé pasar el tiempo. Evidentemente, él no sabía quién era yo, así que decidí que a la primera ocasión se lo diría. Esta tarde ha ocurrido. Y se ha deshecho en perdones y en disculpas. Y yo me pregunto, ¿es que cuando escribió aquello no era cierto?, ¿lo era y deja de serlo porque ahora sabe que soy yo?. Patético, realmente patético.

miércoles, 23 de febrero de 2005

Apenas tenía cuatro años cuando la conocí. Apareció en el aula con sus coletas y esos lazos grandotes y enseguida conectamos. Yo examinaba a mis alumnos y ella se empeñaba en que les obligara a hacer una de sus fichas del colegio, aquella en la que, uniendo puntos, salía una figura. Desde entonces me llama tia Rose y yo la adoro. Me encanta cuando se sienta frente a mi y dibuja y escribe cuentos y poesías y me las lee y hablamos de sus novios y de los míos. Hoy hemos comido juntas. Hacía mucho que no la veía. Está hecha una mujer de nueve años, pero seguimos charlando igual, ella como una niña adulta, yo como una adulta que se convierte en niña cuando está ella. En este instante me escribe un cuento que quiere regalarme sin ningún motivo, porque hoy es hoy, dice ella. Cómo quiero a esta niña.

martes, 22 de febrero de 2005

"Hoy la tierra y los cielos me sonríen,
hoy llega al fondo de mi alma el sol,
hoy lo he visto...,lo he visto y me ha mirado...
¡hoy creo en Dios!"
(Zapatero después de cruzarse por un pasillo con Bush y que este le saludase con un "hola, amigo")
Lo llaman gestión, pero no es sólo eso. Es política, pequeña, discreta, casera, pero política. Por eso, oír como algunos entienden que en ese ejercicio hay que aplicar el "igualitarismo cartesiano y radical" da miedo. Porque ni tan siquiera dos situaciones iguales en lo que se ve tienen el mismo origen y los mismos presupuestos, y quien hace política, anque sea pequeña, modesta, casera, debería tenerlo en cuenta. Eso significa, a mi modo de ver, hacer política. Estrujar, más o menos, la norma, buscando los resquicios que ésta, a posta, deja abiertos para adecuarla al caso concreto, discriminando. Y se discrimina hacia donde te lleva la ideología. Política. Lo peor, lo que más asusta es que sabes que, en lo profundo, la aplicación de ese igualitarismo atroz sólo esconde un miedo tremendo a tomar una decisión, sin darse cuenta de que hacer política es exactamente eso, tomar decisiones y asumir su coste, aunque sea para equivocarse. Va implícito en el cargo.

sábado, 19 de febrero de 2005

Yo, la de la memoria de elefante, no lo sabía, pero hoy hace diecinueve años que voté por primera vez. Sí, sí, diecinueve años. El referéndum de la OTAN. ¿Te acuerdas?. La primera vez que ejercía mi derecho a decidir comenzó con derrota. Mañana, diecinueve años después, volveré a perder, como tantas veces. Que no me digan a mi luego que no me conozco el papel de las minorías en una democracia, yo, que siempre he sido minoría derrotada, acallada, arrollada por la inmensa mayoría. Mañana otra vez.
Olores
En mi casa huele a café recién hecho y a pan tostado, a aceite y a leche caliente. Mi salón huele a albahaca y menta, igual que mi cuarto de baño. Mi patio huele a hojas secas, frías y podridas, a retoños de rosal y olivo. Los miércoles, cuando llego a casa, me basta oler para saber si la encontraré lista y recogida. Esa noche, el salón huele a cera de madera y el resto tiene ese olor fresco, limpio, del amoniaco en los suelos. Mi cama olía anoche a sábana recién planchada, caliente y dulce. Mi frigorífico huele a lechugas tiernas, dulces y a frutas. Mi armario huele a suavizante de rosas y a cuero de zapatos limpios. La habitación donde escribo huele a calor, el de la estufa que me calienta los pies. Hasta mi basura huele a la piel de naranja de mis cenas. Cuando me levanto, abro las ventanas para que el aire de la madrugada entre y renueve los olores, los despierte. Después, cierro todo y dejo que la casa inicie su vida propia, esa que no presencio, porque ando siempre fuera. Por eso me gusta el fin de semana, porque miro a mi casa que se desarrolla, como una hija que me sorprende creciendo sin que yo esté, reviso mis plantas, a las que les salen retoños nuevos, hojas tiernas, hojas secas y huelo cada rincón, sin saber si me impregno yo de sus olores o dejo parte del mio aquí. ¿A qué huelo yo, entonces?

viernes, 18 de febrero de 2005

¡Qué malos son los remordimientos!. Esa vocecita interna que te dice que algo que hiciste está mal. Pero lo peor es esa vocecita que te dice que, como lo que hiciste antes está mal, no tienes derecho a hacer ahora lo que está bien, que, además, te apetece y que no haces nunca. Esa vocecita mandona, superprotectora, que hace falsete y simula el llanto, y que no te deja disfrutar de un momento de diversión. Maldita vocecita.

jueves, 17 de febrero de 2005

Ya se lo había pedido antes. Enseñándole la llave del apartamento de su amigo, le había insinuado lo que quería. Ella se había hecho la digna, la dura, intentando esconder un cierto temor para que él no lo notara. Pero aquella noche había decidido dar el paso. Y se lo dijo a él al oído, mientras tomaban una copa en el bar de siempre, junto a los amigos de siempre. "No tenemos sitio, tiene que ser en el coche". Ella sonrió mientras asentía azorada, un poco temerosa, un poco asustada. Él inició el trayecto y ella le siguió en su coche. Trataba de darle la importancia y trascendencia que le había inculcado a lo que iba a suceder en breves minutos, pero no podía. Era plenamente consciente de que no iba a ser nada espectacular ni importante; curiosamente, estaba muy tranquila. Llegaron a la explanada donde ya había otros coches, aquél rincon desde el que tenían unas vistas increibles de la ciudad de noche. Efectivamente, no fue nada del otro mundo, no marcó ni un antes ni un después, no supuso un hito en su vida, no fue definitivo. En realidad, cada año se acuerda de la fecha porque su magnífica memoria lo hace coincidir con otro acontecimiento familiar. Nada más. Este año, otra vez se acordará y sonreirá, porque, en definitiva, el tiempo lo ha convertido en un recuerdo entrañable y tierno.

martes, 15 de febrero de 2005

Lo último que quería era que me utilizasen. Y en este momento no sé si lo hacen. Me cuentan cosas, me hacen peticiones, me piden favores. Y todos ellos me dirigen al mismo sitio. Desconfío, porque no sé si la información recibida es real o no. Y no tengo demasiado claro si debo utilizarla, comunicarla, avisar a los interesados o guardármela y callarme. Lo último que quiero es que me utilicen para perjudicar a los que quiero y me quieren, a los que han confiado en mi. Arenas movedizas que me tienen en tensión, porque no sé si hay buena fe en los que me rodean. Y no me gusta sentirme así, no señor.

viernes, 11 de febrero de 2005

Anoche Robert estuvo en casa. Medio paquete de cigarrillos él, más de media botella de ron, sólo, a trago corto, casi sin hielo, los dos. Primero hablamos de tonterías, que si el plan Ibarretxe, la constitución europea, el atentado de ETA, las dificultades de una ciudad como Madrid... bobadas, vamos. Yo habría seguido así toda la noche, pero él sacó el tema: él y yo y su mujer, y nuestra historia.
La catarsis de nuevo. La sinceridad absoluta y la sorpresa en su cara, como siempre.
- La culpa de todo lo que pasó fue mía.
- Yo no gestioné bien la cuestión, pero estaba enamorada de ti y pensé que mi única oportunidad era colarme en tu vida y hacerme imprescindible.
- Y lo hiciste, pero yo estaba con otra persona.
- Hasta que ocurrió lo del correo electrónico y el chat y comprendí que no tenía nada que hacer.
- Yo entonces me porté mal, te di de lado y no lo merecías. He tenido tantos problemas por ti.
- Lo siento, pero tú me diste pie. ¿Recuerdas todo lo que hiciste y dijiste?
- Lo recuerdo todo y todo era verdad, pero yo estaba con otra persona.
- No puedes hacerlo así. Tienes que ser consciente de que un acto tuyo, una palabra dicha en un momento dado no se para ahí. A continuación la persona que está enfrente desarrolla su propia historia y actúa y no puedes saber las consecuencias de lo que tú has iniciado, incentivado o propiciado. No se trata de un objeto.
- Lo sé y lo siento.
- Tranquilo, lo mejor de la historia es que yo fui feliz, muy feliz. También muy desgraciada, pero eso fue después.
- Y, sin embargo, ahí sigues. Hoy me has recogido en el hospital, me has traído a tu casa...
- Sí, yo tampoco lo entiendo, pero te tengo un cariño especial.
- Me quedaría a dormir, pero no puedo, no debo.
- Haz lo que debas, lo que quiras, pero por ti. Por mí, mi casa está abierta.
- Lo sé.
Seguimos hablando de cosas, de su relación, de mi opinión, de los amigos comunes, de las decepciones, de los anhelos, de tantas cosas...
El instinto maternal me llevó a acariciarle la cara. Entonces mi mano blanca se posó sobre su piel negra y el instinto dejó de ser inocente. Nada me parece más erótico que ese contraste de colores.
- Lo único de lo que me arrepiento es de no haber tenido sexo contigo.
- Eso se puede arreglar.
- Siempre.
- Es mejor que me vaya.
- Supongo que sí.
Le acompañé a coger un taxi y le besé despacio, en la mejilla. Cuando llegó a su hotel me llamó. Me dió las gracias por todo y se despidió. Y yo no supe si llorar, darme una ducha fría o echarme a dormir. Estuve un tiempo sentada, a oscuras en mi salón. Todavía olía a él. Subí despacio a mi habitación, pensando todavía en él, en tantas cosas... Aún hoy, no paro de pensar, sin llegar a ninguna conclusión.
Inquietante este hombre, inquietante nuestra historia, nuestra atracción, mi atracción. Inquietante.

martes, 8 de febrero de 2005

Pequeñas joyas
Pensé que perdíamos el tiempo visitándolas, pero como todos los países, Italia guarda joyas, más allá de la leyenda o del reclamo turístico. Pisa, Verona y Padua son ejemplos de lo que digo. Ciudades pequeñas, abarcables y limpias, recogidas y hermosas. Llenas de pequeños detalles de buen gusto y señorío.

Lucha constante
Venecia es muy hermosa y decadente. Nada más llegar, tras el desembarco, nos topamos con el carnaval. Parejas disfrazadas con el lujo de los brocados y los tules se pasean en silencio por la ciudad, se detienen, se fotografían con los miles de turistas y siguen su viaje a ninguna parte.
Hace tanto frío en Venecia. El día es gris y la humedad del agua se te cuela por los huesos. Desde que llegué a este país, el frío se me ha instalado en los pies y en los dedos de las manos, poniéndomelos morados. Ni los guantes ni los calcetines gruesos, ni el agua caliente consiguen echarlo. En Venecia el frío ya está conmigo, pero más. Cuando termina el día, lleno de máscaras lujosas, de palacios, de puentes, de canales, de óxido y madera podrida, me siento tan cansada como deben estarlo sus habitantes. Venecia es una lucha constante y eterna contra el agua y la humedad. Y no estoy tan segura de que valga la pena. Miles de personas invaden la ciudad, turistas de todos los colores, razas e idiomas la inundan como el agua. Da vida a la ciudad este turismo atroz, pero yo no lo soportaría. Da la sensación de que estos venecianos no tienen descanso.
Centroeuropa.
Milán ya es otra cosa. Es centroeuropa y se nota. La ciudad es gris y los palacios, grandes, inmensos, señoriales, ya denotan otro estilo, menos mediterráneo, menos sur, más germánico. Demasiado al norte, supongo.

Cuestión de carácteres.
¿Los italianos?. Pues ha habido de todo. No somos tan parecidos, a pesar de nuestro origen mediterráneo común. Tienen como esa autosuficiencia que les da saber que el setenta por ciento del patrimonio de la humanidad declarado por la UNESCO en Europa les pertenece. Da igual cómo traten al visitante, no hay más opción que volver, y eso les pierde un poco. Pero, en general, no ha ido mal. Al final, era plenamente capaz de entenderme con ellos, chapurreando un itagnolo, bastante florido. Tal vez tendría otra opinión de ellos si les conociese sin el handicap de ser una turista. Habrá que volver, siquiera sea por recoger la moneda en la Fontana, como es tradición.

lunes, 7 de febrero de 2005

Adicciones
Resulta que crea adicción. Sí, esto de escribir es adictivo. Me di cuenta nada más iniciar el viaje. Echaba de menos la pantalla blanca, echaba de menos contar lo que me pasaba en mi viaje. Resistí dos días, guardando en la memoria lo que quería contar, pero el martes no aguanté más y entre en la cartonería de la Piazza Navona, la que está junto a la sede romana del Instituto Cervantes, al lado del Café de Colombia, y compré un cuaderno. Ahí he ido escribiendo ideas, imágenes, emociones, a modo de weblog de papel, y las iré contando aquí.

Viajar acompañada
Me da un poco de miedo viajar con mi madre. Somos tan distintas. O tal vez no y por eso discutimos tanto. Aunque cada vez menos. En fin, que andaba yo con mis prevenciones, pero el viaje empezó con risas y chistes. Y, al final, ha sido divertido, a pesar del cansancio.
Ha sido gracioso verla interpretar el italiano. Cuando vio el cartel que anunciaba que estábamos en una vía pedonale, lo tuvo clarísimo. Ya se sabe que los viajes producen cambios en los ritmos fisiológicos.
Éramos la madre y la hija del grupo de cuarenta y ocho. Nos hemos mezclado con todos, pero en los ratos libres nos hemos manejado solas. Ha sido muy divertido. Llegábamos molidas al hotel, después de que se nos hubiese llenado la retina de cosas bonitas. A veces me hubiera gustado matarla, por sus cosas, pero al final las he comprendido y perdonado. Ha estado bien, pero no lo vuelvo a repetir en un tiempo. Demasiado intenso.
Visitas debidas
Entro en la Capilla Sixtina y lloro. No puedo evitarlo. Miro ese Juicio final, las figuras, los profetas y las sibilas y recuerdo mis clases en el instituto y a mi profesor de arte, hablando con pasión de la obra. Y ahora siento que cumplo una visita, con veinte años de retraso. Y me emociono. Igual que cuando veo la Pietá, la primera, y cuando entro en la sala donde el David, majestuoso, me espera al final de una galería. Las lágrimas me caen por las mejillas, incluso ahora, cuando escribo esto recordándolo. Las Estancias de Rafael, la imagen conocida de la Academia. Las amé hace años y ahora estaban al alcance de mi mano. Y mis ojos las contemplan y las aprisionan.

Sitios donde vivir
Me gusta Florencia. Mucho. Es, tal vez, la única ciudad de Italia donde no me importaría vivir. Tranquila, llena de bicicletas y hermosa. A cada paso un palacio, una estatua, una postal. El ponte Vechio, el palacio Pitti, el Baptisterio, con sus puertas de bronce. La plaza de San Lorenzo con su mercado al aire libre. La plaza de la Santa Croce. Sí señor, me gusta esta ciudad.
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