martes, 29 de agosto de 2006

Leo en la revista MUY INTERESANTE (núm. 304 de septiembre de 2006) que mover un dedo consume una energía de 0,1 vatios. Si se piensa, es evidente -por más de letras que se confiese una- que el movimiento genera energía. Y continúa la información: "Éste -se refiere al dedo, claro- precisa de 40 a 60 vatios para dar placer orgásmico a una mujer" (sic, esto es, literal).
Así se entiende ese anuncio de condones que pone de moda una fuente alternativa de energía, bien gustosa, barata y poco contaminante.
No obstante, no sé, no es que una sea seguidora de teorías creacionistas, que eso parece que ya debería haber quedado claro, pero ser tan, tan, tan, científico..... Lo dicho, no sé.
(Como soy de letras, no sé cuáles son los cálculos precisos para saber cuantas veces hay que mover el dedito para llegar a producir la energía necesaria, ya sea para esos menesteres o para otros, v.gr. poner en funcionamiento el exprimidor, accionar el cepillo de dientes eléctrico, usar la maquinilla de afeitar....)

miércoles, 23 de agosto de 2006

Me gusta, en estos días tórridos de verano, cercanos al otoño ya, al anochecer, cuando salgo a pasear por los alrededores de mi pueblo, me gusta, digo, que flote en el aire el olor duzón de la higuera. Aspera, basta y ordinaria suda ese aroma a sus frutos que, caidos a su alrededor, son alimento de pájaros. Me gusta la fuerza de sus tallos, la leche que derraman cuando se les arranca el higo. Sí, definitivamente, me gusta. Y de este año no pasa que la tenga yo en mi patio para solaz de mi nariz en las tardes madrileñas.

sábado, 19 de agosto de 2006

Setenta años del asesinato de Federico. Un mito, un personaje modelo, de creación, modernez, de libertad, de compromiso. Eso es Federico, así lo he visto siempre. Pero últimamente veo muchas esquelas en el periódico, publicadas por familiares de maestros, militares, jornaleros, gente corriente y moliente que sufrió la misma represión que Federico, la peor, esa que te quita la vida y, por tanto, la posibilidad de crecer, de conocer a sus hijos o nietos, los que publican la esquela, de crear con sus manos o con su mente. Y ellos tenían tanto derecho como Federico a vivir, a seguir viviendo.

jueves, 17 de agosto de 2006



Este es el pueblo de mis antepasados. Yo lo llamo mi pueblo, aunque no nací aquí. Pero lo siento mío, porque desde que tengo uso de razón paso temporadas más o menos largas aquí. Aquí me enamoré por primera vez, aquí he pasado las nocheviejas más divertidas y las más tristes, aquí me reuno con mi familia, la que quiero ver y la que no. En este pueblo tuve mi primera pandilla, mis primeras borracheras, mis primeros cines, mis primeros colegas, mis primeros tacones, el primer carmin, el primer baile en la discoteca. Aquí aprendí a distinguir olores, gratos y no, aprendí a saber qué es un olivo, un melocotonero, un ciruelo, una espiga de trigo y una de cebada. Aprendí a saber distinguir un burro de un mulo, una cabra de una oveja, una vaca alemana de una suiza. Aquí aprendí a saborear el pan de verdad, la leche recién ordeñada, la nata natural, el aceite puro, el tomate sin fosfatos, el pepino recién cortado, la judía verde, el garbanzo y la alubia. Aquí aprendí cómo se cocina un cochifrito, cómo se hace un pisto, cómo se guisa una boronía y cómo se preparan unas migas el día de la matanza.
Este es mi pueblo, el lugar donde me acuerdo de cómo soy, quién soy y de dónde vengo. Una familia de jornaleros que, aún hoy, hablan del amo para referirse al dueño de las tierras. Una familia pobre y maltratada por la vida que sigue hablando de usted a los ricos, ya venidos a menos, a mucho menos; que sigue sintiéndose inferior, porque lo lleva en la sangre, incrustado.
Paso, de nuevo, unos días en mi pueblo. Lo analizo a fondo cuando veo a sus gentes, cuando paseo por sus calles, cuando lo miro desde la distancia, como la de esa foto. Momentos buenos, momentos malos y otros que ni fú ni fá. Pero toda una vida en estas calles, en estos campos.

martes, 8 de agosto de 2006

Dorada ( o ternera blanca) al spa.

Acariciada por dedos de burbuja, desde la planta del pie hasta el cuello, rebozada en sal marina y lodo relajante, masajeada con aceite de la cabeza a los pies, relajada. Como una dorada ( o un redondo de ternera de Ávila, al gusto del consumidor) que se sirve en bandeja con un chorrito de zumo de aceituna. Una vez en la vida hay que dejarse comer...

domingo, 6 de agosto de 2006

En momentos como estos la odio. Cuando no se deja abarcar, aprehender. Cuando se vuelve agresiva e implacable. Es cierto que sólo le pasa un par de meses al año, pero se me hace tan duro verla ahí, fuera, burlona, sacando su lengua de fuego, riéndose de una.... Ay, esta ciudad mía, que me da fuerzas, no se deja abrazar y me condena a mirarla desde la penumbra del salón a oscuras, bajo un ventilador.
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