martes, 16 de mayo de 2006

Un motor de ocho cilindros, un V8, de aluminio, fibra de carbono y no sé qué más técnicas superdesarrolladas, sólo es utilizable en dos carreras, si no se rompe, quema o trastoca en una. Cada corredor necesita, por término medio, siete u ocho juegos de neumáticos, teniendo en cuenta que sean duros, semiduros, blandos, gastados, de seco, de lluvia, nuevos, seminuevos. Cada monoplaza se carga con 100 litros de carburante especial; el coche así cargado -son 120 kilos, porque cada litro de combustible pesa 1,2- se dedica entonces a dar vueltas y más vueltas con la finalidad de llegar a los últimos minutos del tiempo previsto para la vuelta de calsificación con el mínimo combustible posible, para que, así, pese menos el coche y se consigan arañar esas décimas de segundo que marcan la diferencia entre la pole y la segunda, tercera o posterior linea de la parrilla de salida.
Qué os puedo contar del monoplaza!!!!! Técnica depurada, fibra de carbono, seis cinturones de seguridad, asiento moldeado al cuerpo del piloto, todas las medidas de seguridad para el cuello, los pies, las manos....
Dinero, dinero, dinero..... Es cierto que es un espectáculo -demasiado largo para mi gusto- ver dar vueltas a bólidos que van a una media de 250 por hora, mientras calculan cuándo repostar, cuando cambiar una rueda y ponerse delante, porque adelantar, lo que se dice adelantar a esas velocidades resulta temerario.
Pero, merece la pena que se gaste tanto dinero, dinero, dinero, dinero...?
Para los que están dentro y viven de ello, claro que sí. Incluso conozco yo a algunos que con lo que ganan hacen obras de caridad. Pero me empieza a parecer escandoloso y terriblemente vergonzoso saber, conocer, cuánto dinero, dinero, dinero se mueve en esto que llaman deporte.
Y no temáis, no hablo de otros porque no los conozco, que sé que también.
Después de varios días oyendo y leyendo noticias sobre la llegada a nuestro país de subsaharianos a bordo de esos barquichuelos, que dan más miedo que vergüenza, ayer oí la entrevista que le hacían a Carlos Iglesias, director de la película "Un Franco, 14 pesetas".
Decía el actor-director algunas cosas interesantes. En primer lugar, mostró su extrañeza por el hecho de que el cine español haya tocado tan poco el fenómeno de la emigración española a Europa en los años 50 y 60. Quitando las españoladas de Alfredo Landa, Sacristán y Gracita Morales, con esa imagen patética de abrigos y bunfandas, con la maleta atada con una cuerda, el cine español, tan propenso a hacer memoria, no había tratado este tema con seriedad. El actor-director pensaba que esa emigración no tuvo causas políticas sino económicas y que por eso no había sido escenificada. Se le olvidó a Carlos Iglesias que muchos de los que se fueron tenían problemas económicos por causas políticas, pero en fin.... Pero lo que de verdad me sorprendió de la entrevista fue su machacona insistencia en que los emigrantes españoles de aquella época llegaron a los países de destino PERCIBIENDO EL MISMO SUELDO QUE LOS NACIONALES.
Eso sí que es un matiz reseñable. En un país como el nuestro, donde se discrimina por razón de sexo (una mujer cobra menos que un hombre por el mismo trabajo, según dicen las encuestas), de orientación religiosa (vid. los comentarios recibidos por mi amigo Bob), de orientación sexual, hacerlo por razón de nacionalidad y raza se ha convertido en algo tan normal... Algo debe tener el mundo al que pertenecemos que nos hace olvidar el que vivimos no hace tanto. Y lo peor es que acabamos acostumbrándonos y nos llama la atención que alguién alguna vez nos llame la atención.
Mientras tanto aquí estoy yo. Encargada, en exclusiva y en solitario, de la defensa del cumplimiento de los derechos y libertades de los miembros de la comunidad universitaria, sintiendo como los vellos se me ponen como escarpias ante esa responsabilidad. No sé si se debe tener una madera especial para estar aquí, pero aquí estoy.

jueves, 4 de mayo de 2006

Últimamente he adoptado una costumbre para salir con una sonrisa en la cara cada mañana y enfrentarme al trabajo. Cuando bajo al salón, lista, arreglada, dispuesta, pongo música y bailo. Bailo sola. Y canto la canción de turno. El calor de la música y del movimiento me da vida y alegría. Después me pongo el abrigo, cojo el bolso, abro la puerta y me dirijo al metro. Sonriendo.

martes, 2 de mayo de 2006

Esta vez no quería venirme. Me sentía segura tan cerca del seno materno. Anoche, sentada en el sofá junto a ella, mientras acariciaba mi mano, supe que no quería irme de allí. Esta mañana, junto al coche, me ha despedido con un gesto de ánimo. Y yo he tenido ganas de llorar. Quedarme en casa, rodeada de cuidados y de calor, sin tener que enfrentarme a retos. Pero el coche ha arrancado y varias horas después ha llegado a destino y ya estoy reincorporada, intentado mentalizarme para lo que viene.
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