viernes, 20 de febrero de 2004

Debo preguntarle a mi amiga Carmela por ese influjo extraño de las hormonas femeninas en la psique de las que padecemos su ataque. Es como un estado de semiincosciencia en el que, sabes lo que te pasa, pero no te importa. No elimina tu capacidad total de raciocinio, porque a nada que te paras un segundo, sabes qué pasa y por qué, pero te abandonas a la carga de sensaciones angustiosas, a la ansiedad y a la tristeza y te dejas llevar por esa tormentosa sensación.
A mí, a veces, me da por llorar y lloro por cualquier tontería. En algún momento soy conciente de que esto no puede ser, así que busco mis tristezas propias, las que tengo en mi baul de recuerdos y acoplo al estado de ánimo la primera que se me ocurre. Lloro con razón, que motivos nos sobran, la mayoría de las veces.
Otras veces me enfado. Y últimamente, he aprovechado este estado para tomar decisiones que no soy capaz de tomar cuando estoy serena. Destrozo cosas, quemo cartas, paso páginas, rompo cadenas... Lo difícil es mantener la decisión una vez que ha pasado la tormenta; ser capaz de recoger lo que queda después del vendaval y seguir viviendo.
¡Qué fea nuestra conversación de hoy!. Tan fría, tan distante... Y eso que has estado el escaso medio minuto que hemos hablado agradeciendo mi llamada."¡Qué detalle más bonito, qué detalle, gracias!". Como si tú no supieras que lo mio son los detalles, que mimo y cuido esos gestos que sé que agradan a la gente que quiero.
Esperaba que me contases cómo estás, pero de verdad, que me dijeses cómo te van las cosas; esperaba poder contarte cómo estoy yo. Y que nos emplazásemos para un hipotético y quimérico baile futuro. Pero no ha podido ser. Probablemente es que ya no pueda ser nunca más. A mí me duele que así sea. Siempre he sentido perder a un amigo, como siento perder un libro o ver cómo se marchita una flor o cómo languidece un día hermoso.
Que seas feliz el día de tu cumpleaños y todos los que te quedan por vivir.
Un beso inmenso, amigo.

sábado, 14 de febrero de 2004

Día de los enamorados
En mi escasa vida sentimental me he encontrado con varios tipos de hombres: los yo-yo, esos que hoy te quieren y mañana no, que van y vienen; los soufle, te quieren mucho de pronto y, tan de repente como te quisieron, te olvidan o dejan de quererte; los no sé-no sé, que nunca tiene claro lo que quieren; los mentirosos redomados, que, en el colmo de la mentira, acaban creyéndosela a pies juntillas y te tachan a ti de desvirtuar la realidad.
El último, sin embargo, no sabría cómo definirlo, como adjetivarlo. No miente, no engaña, no dice una palabra de más, siempre tiene el mismo gesto, no se mueve y eres tú la que va, la que se acerca, la que se funde, la que se inventa, la que se lo cree, la que interpreta lo que en apariencia es claro, la que se enamora. Utilizando el símil taurino, él se queda quieto y espera, con el estoque listo, a que la bestia se arranque y venga a morir a él. Creo que eso se llama matar recibiendo.
En estos casos, a veces, una se da cuenta a tiempo, antes de que la estocada haya hecho el daño suficiente para herir demasiado, se retuerce y se marcha. Entonces, él se queda allí, como siemrpre, inamovible, con su sonrisa certera, con su palabra de cariño.
Sólo le deseo que nunca la bestia le dé el revolcón y antes de morir, ensartada por su estoque, le atraviese la femoral o la safena y le deje desangrado en el ruedo, herido en el corazón.

viernes, 13 de febrero de 2004

"Hasta el otro día tus aventuras me resultaban divertidas. Nunca me molestaron. Pero he pasado una semana contigo que ha resultado maravillosa. Ahora sé que quiero una semana así para siempre. Y sé que no puede ser contigo, porque tú estás en otras aventuras. Y duele porque me gustaría que fueses tú. Lo superaré. Te quiero mucho".
Él la miró con infinito cariño, le sonrío y la beso tiernamente en los labios.

martes, 3 de febrero de 2004

El pasado sábado, mientras veía la Gala de entrega de los Premios Goya, se me encogió el corazón. Se mostraba una fotografía junto al nombre de todos y cada uno de los fallecidos en el año 2003, vinculados al mundo del cine. No sé cuál es el criterio para que aparezcan esas personas. Imagino que el hecho de haber estado alguna vez inscritos en la Acedemia. Cuando ví su foto y su nombre se me encogió el corazón.
Cuando le conocí era apenas un chaval de 17 años. Era tan guapo y simpático, bailaba muy bien y cantaba de maravilla. Todavía habrá por mi casa una cinta donde, con su gitarra, dejó algunas canciones. Nos fuimos de campamento y durante unos meses, los que yo duré, jugamos a la utopía de salvar el mundo, de impregnarlo de justicia, a base de canciones de Victor Jara, de Pablo Milanés, de manifiestos y Teología de la Liberación.
Vivía en mi barrio, así que nos veíamos a menudo. Siempre me soltaba su sonrisa feliz y un abrazo, mientras gritaba mi nombre a voz en grito en medio de la calle.
Un día me dijo que iba a intentar el asalto a Madrid, que había conocido a alguien del entorno de Pedro Almodovar. Me confesó su homosexualidad que yo acepté confundida, porque era uno de los chicos que más ligaba en el barrio, con chicas, claro.
Después le perdí de vista. Hasta hace un año. Le distinguí entre la muchedumbre. Me alegré de verle, pero cuando le miré más despacio mi estupor fue tan grande que no me atreví a acercarme a saludarle. Era un esqueleto andante, delgado, demacrado, pálido, muerto.... ya estaba muerto. Yo le sentencié.
Verle el sábado en la lista de fallecidos, en el fondo no me sorprendió. Pero desde entonces no dejo de arrepentirme de no haberle abrazado la última vez que le ví, de haberle matado antes de que su fin llegase. Aquel día me comporté como una intransigente racista, llena de prejuicios. Lo peor, lo más rechazable. Tendré que vivir con ello. Y tendré que vivir sin él. Cuánto voy a echarte de menos, Sergio.

lunes, 2 de febrero de 2004

Esta incertidumbre me va a matar. Me crea ansiedad. Es como si me faltara el aire, como si necesitara más oxígeno, es como si tuviera que andar removiendo mi culo de la silla, porque no encuentro el acomodo perfecto.
Ya sé lo que quiero. Quiero una semana como la pasada con él. Y la quiero para siempre. Pero él se me escapa de entre los dedos, como agua, como arena, como aire. Y tengo la sensación de que, cada vez que logra huir, se vuelve, me mira y me hace burlas desde la corta distancia que pone entre nosotros. Corta, pero suficiente para que yo no le alcance, para que no le toque.
Este fin de semana no va a tener escapatoria. Estará frente a mi y le exigiré que me mire a los ojos y me cuente. No harán falta palabras. Para saber lo que me dice sólo necesito mirar cómo se mueve. Su cuerpo habla más que él.
Os mantendré informados.
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