viernes, 31 de diciembre de 2004

Siempre me da miedo este día, el último del año. Miedo a que se vaya, definitivamente, este amigo, que me ha dado alegrías y tristezas, pero conocido y por lo tanto controlado. Me levanto temprano y lo vivo intensamente, cada segundo, como se vive cerca de ese moribundo que se va o de esa persona que sale de viaje para tanto tiempo. Conforme se acerca el momento de las campanadas, un nudo de angustia me atenaza el corazón. Y cuando muere, por fin, lloro. Siempre ocurre así.
Los dos últimos años fui feliz en nochevieja, porque estaba enamorada y estuve con ellos. Es bonito celebrar una noche con la euforia del amor. Este año no tengo a nadie a quién abrazar especialmente y besar tiernamente. En realidad, ni siquiera me apetece ir a ninguna de las fiestas a las que me han invitado, ningún plan me parece lo suficientemente atractivo. Pero imagino que acabaré bailando y riendo, como siempre. Cosas de ser como soy.
Feliz entrada en el nuevo año. Nuevas perspectivas, anhelos y deseos. Ojalá todos se cumplan.

sábado, 25 de diciembre de 2004

Por fin las dos citas ineludibles con la familia se saldaron bien. Sobre todo porque yo estuve muy tranquila y no hubo excesivos espectáculos. La situación no tiene marcha atrás. Incluso se han cerrado puertas, quemado barcos y roto puentes. Pero yo estoy lista para afrontarlo. No me importa. Hace unos días, conversaba con C que me comentaba cómo con la edad, con el tiempo, se simplifican los afectos y quedan los imprescindibles. Una deja de hacer cosas por cumplir y su lista de llamadas y de contactos se va viendo reducida sin que cueste echar en el olvido a los demás. Mis afectos, esos a los que no podría renunciar porque perdería la vida, están ahí, firmes como una roca frente a los embites de la tormenta. Yo me siento más segura porque, después de hoy, ya sé quiénes están y quienes no.

viernes, 24 de diciembre de 2004

La otra noche fue rara. Primero cené con J y un matrimonio de clientes del despacho. La pareja más pedante, snob y fascista que he conocido. Lo peor del peor ejemplo de provincianismo que uno pueda encontrar. Nos tomamos incluso una copa, con lo que le demostré a mi amigo hasta dónde soy capaz de llegar por él.
Luego me llamó R. Estaba en la ciudad con sus padres y unos amigos comunes. Ya de madrugada me acerqué a verles y tomar algo con ellos. El encuentro con los chicos que colaboran en la ONG con la que yo trabajo de vez en cuando me devolvió a mi realidad, la que me gusta. R y yo volvimos a bailar, pegados, al unísono. "Es increíble. Haga los que haga con el ritmo y la música, tú me sigues. Es un sueño bailar contigo". Sí que lo es. Y lo fue más, cuando yo buscaba significados secretos en sus gestos, en sus manos. Hoy ya no importa, porque no le admiro, ni le respeto, aunque le aprecio, sin saber muy bien por qué. Fue muy fácil despertar del sueño en que me sumió bailar con él. Demasiado fácil, porque no me hubiese importado llegar más lejos esa noche. Hay demasiadas cuentas pendientes de saldar.

jueves, 23 de diciembre de 2004

"La catarsis del AVE". Así debería llamarse. No sólo es que a los cinco minutos de haber puesto el pie en mi sur se me transforme el acento y parezca que no me he ido nunca, es que, además, se me olvida de donde vengo y los problemas que tanto me han acuciado en los últimos tiempos, los expedientes sin cerrar, ese artículo, impenitente, que me veo incapaz de terminar, se han quedado allí arriba y yo vuelvo a sentirme pequeña y frágil.
Mi madre me despierta cada mañana con un beso y me anuncia el café caliente, oloroso y esa tostada con aceite de oliva que me quita las "tapaeras del sentío". El sol entra radiante, feliz, irreverente por mi ventana y me obliga a levantarme con una sonrisa. No me importa que el motivo sean estas fechas, benditas, si me permiten ver a los mios de nuevo.

martes, 21 de diciembre de 2004

Solsticio de invierno. El sol se aleja de la tierra y los humanos hacen hogueras y se arremolinan alrededor del fuego, buscando su calor. Se preparan las semillas para la siembra y se hace recuento de las que no han sido buenas en la cosecha anterior. Se eligen las fuertes, las que asegurarán la vida y el sustento en el siguiente período. Hoy es el día más corto del año, aquél en el que hay menos horas de sol. El mundo se sumerge antes en las tinieblas. Yo me voy de viaje, al sur, a mi amado y nutritivo sur, el que me da la vida. A encontrar allí la luz, de nuevo. Purificador. Hacer recuento y preparar la primavera. Hoy, además, esta idea de renacer tiene más sentido. Hoy cumplo años.

sábado, 18 de diciembre de 2004

Siempre pensé que era muy difícil vivir sabiendo que los de tu alrededor, esos que de verdad te conocen y que te importan, son conscientes de tus defectos y te los ponen delante de los ojos en cuanto tienen ocasión. Es muy duro que siempre vean el vaso medio vacío, pero esta circunstancia tiene una visión positiva, sobre todo para los que nos empeñamos en ver ese mismo vaso medio lleno: nunca paras de intentar mejorar, de luchar para conseguir, si no un halago por tu mejoría, sí un reproche menos por tus fallos, tantos.
Últimamente, sin embargo, veo que tampoco la situación contraria es mejor, ni mucho menos. Cuando esas mismas personas te ven tan perfecta, tan responsable, tan buena madre, mejor hija o esposa, magnífica profesional, estupenda persona, debe ser tremendo encontrarse en el borde del precipicio a punto de caer. El miedo a la decepción, a perder el estatus de "persona 10" debe ser tan tremendo que te paraliza el corazón y la vida y apenas te deja sitio para respirar. Porque, además, cuando una se siente 10, no tiene alicientes para mejorar la perfección. Y siempre se ha dicho que lo difícil no es llegar, sino mantenerse.
Las que, como yo, sentimos que no hemos llegado nunca, no nos relajamos y siempre tenemos motivos para seguir; pero el miedo a perder el trono debe ser demasiado terrible como para que merezca la pena ese trono, a veces, tan fácil o tan gratuítamente obtenido.
Lo perfecto, tal vez, sea el punto medio, como en casi todas las cosas.

viernes, 17 de diciembre de 2004

Una manta en el sofá, una caja de pañuelos, el vaso de leche tibia y "Memorias de África" en el video. Lista para una velada de llanto desconsolado. Consciente y liberador. Premeditado. Hoy ha sido un día duro, inevitablemente trufado de esa revolución hormonal que me sobreviene cada 28 días. Me he enfadado tanto; y acto seguido he querido llorar y escapar, pero no podía, porque me había comprometido a sonreír a diestro y siniestro, sin ton ni son, absúrdamente. Sí, ya sé que no tenía necesidad, que podía haber inventado una excusa, pero no lo he hecho y aquí me encuentro, lista para iniciar la velada purificadora. Esa que conseguirá que ese fango que se encuentra en el fondo de la botella sea eliminado. Porque me temo que en los 28 días que siguen se va a acumular mucho poso.
¿Has visto esa botellas que tienen posos asentados en su fondo? El líquido que contienen es límpio, claro, transparente. De pronto un movimiento brusco lo vuelve turbio. Y hay que esperar a que, de nuevo, otra vez, el fango vuelva al fondo y el líquido vuelva a ser límpio, claro, transparente.

martes, 14 de diciembre de 2004

No es falsa modestia, ni nada que se le parezca. De verdad. Pero lo cierto es que cada vez que alguien me ha propuesto para hacer algo teniendo en cuenta mi valía y preparación, he sido la primera sorprendida. Si me hubiesen preguntado, no habría dado ni un duro por mi misma. Por eso, cada vez que me lo dicen, me lo recuerdan o me tienen en consideración, no puedo evitar un respingo.

lunes, 13 de diciembre de 2004

Hace 24 años fue mi profesora de inglés. Susan, sosa como buena inglesa, pelirroja, poco agraciada, pero muy simpática y con muchas ganas de integrarse. Se volvió a su tierra cuando yo abandonaba el colegio e iniciaba mis estudios de bachillerato. Pero no dejamos nunca de escribirnos.
Por estas fechas, como cada año durante los últimos 24, me llega su carta en la que me felicita las navidades y me cuenta cosas de su familia. Se casó con un piloto de las Fuerazas Armadas británicas -RAF-, tuvo dos niñas, volvió a su país, después de recorrerse Europa con su marido.
Este año, de nuevo, su carta, con fotos de las chicas y de su marido. También con una foto suya. Voy a contestarle en este momento. Otro año más. Una tradición como tantas.

sábado, 11 de diciembre de 2004

¿Código ético?. ¿Buen gobierno?. ¿No es mejor ser honrado, cumplir la ley y tener claro, muy claro, que se está ahí para servir a los demás?. ¿No es más efectivo hacer cumplir la ley cuando el interfecto se desvía de la misma que provocarle el sonrojo por actuar sin ética?. ¿Es que van a sustituir la aplicación de la ley por el reproche moral?. Señores, el que no cumple no tiene moral.

miércoles, 8 de diciembre de 2004

Mi vecino ha muerto. Tenía 85 años, un cáncer terminal y muchos achaques. Es normal, ley de vida, como se dice. Yo no tenía mucho contacto con él. Mi vida, ajetreada y loca, con sus idas y venidas, me lo impedía. A veces, sólo sabía de su presencia por el ruido que se colaba por los muros colindantes. Es normal. Para colmo, ha muerto en el hospital, no en su casa. Además, sólo era mi vecino. Lo malo es que era mi único vecino y me enterado de su muerte cuando casi había trancurrido un mes desde que ocurrió. Perra vida.

lunes, 6 de diciembre de 2004

Acabo de ver "Mogambo", esa película en la que compiten la belleza rubia, serena, casi perfecta y sosa de Grace Kelly frente a la de Ava Gadner, ese torbellino de pasión, el animal más bello del mundo, como alguién la llamó. No me había dado cuenta hasta ahora, y mira que la habré visto veces, pero es una película muy moderna. Tanto que, según cuenta la leyenda, en España la censura no podía permitir que apareciese un adulterio -el que cometía la Kelly liándose en plena selva con Gable- y cambiaron el guión a golpe de doblaje haciendo al matrimonio aparecer como hermanos, es decir, cometiendo incesto.
Pero no es eso lo que me ha llamado la atención. Lo que más me ha gustado es el papel de Ava. Una mujer moderna, es decir, liberada y por eso mismo, minusvalorada por los que la rodean. Ava se enamora del personaje de Gable, pero como es una cínica -supongo que obligada por su vida- no puede permitirse el sentimiento. Por eso sufre en silencio y a solas cuando se da cuenta de que el hombre al que ama quiere a otra. Por eso, en su afan de verle feliz, incluso le ayuda a conquistarla.
Es fácil reconocerse en Ava. No por su belleza -qué osadía- sino por su actitud valiente, decidida, cínica, enamorada, al fin.

sábado, 4 de diciembre de 2004

¡Cómo es la mente y el recuerdo!. ¡Cómo es la nostalgia y la memoria!. En mi tarde de febrícula, me siento en el sofá con un libro en el regazo y un disco en el ambiente. Entonces suena “Lágrimas negras”, esa canción que me sobrecoge el corazón cada vez que la oigo, sea cual sea la versión. Esta, la de Bebo y El Cigala consigue llevarme atrás, a esos días y esas noches de hace dos años. Dos años ya.
Recuerdo aquellos días, intensos, felices. Y me emociono al darme cuenta de que el tiempo, mágico, ha borrado, hoy al menos, el dolor de después, el que vino después. Hoy, el tiempo ha depurado los recuerdos y sólo se han quedado los buenos. Los recuerdos se han matizado y apenas puedo ver su cara, que se me difumina. Sin embargo, recuerdo cada sentimiento, cada sensación, cada gesto, cada sonrisa, cada palabra, pronunciada, eso sí, por alguien a quién no veo. Como en los sueños.
Aquellos metros escasos en los que mi vida se desarrolló aquella semana se dibujan nítidos mientras suena la canción. Iba y venía detrás de aquella barra y, de vez en cuando, le buscaba con la mirada. Sólo bastaba un segundo. Allí estaba. No era difícil encontrarle. El ébano de su piel resaltaba sobre todos. O tal vez yo le veía a la primera por la simple necesidad de verle, de saber que estaba allí. El teléfono en el bolsillo vibraba a veces y, entre el barullo y la música, su nombre temblaba en la pantalla. A diez metros de mí, me preguntaba cómo estaba, mientras me sonreía desde la otra punta. Y yo era feliz. Nos escapábamos furtivamente a su coche con la excusa de buscar cualquier cosa y allí un par de besos me daban la vida que me faltaba antes de conocerle. Me bastaba entrar al recinto y ver su coche aparcado para saber que entraba en la gloria. Me quedaba la última, recogiendo todo, para tener la dicha de despedirme de él con un beso antes de irme a dormir con una sonrisa entre los labios. Al despertar siempre su llamada en mi teléfono, pidiendo mi ayuda y yo corriendo veloz hacia él, hacia su llamada. Aquella noche él me esperaba cuando llegué, me llevó a un rincón y me confesó su amor. Qué felicidad. Él me quería, me lo había dicho y debía ser, entonces, verdad. Era mi oportunidad y la había aprovechado, había ganado.
Hoy, por azar, ha llegado un mensaje suyo justo cuando yo le recordaba. “Qué curioso. Pensaba ahora mismo en ti y en aquel primer septiembre. No te agobies. Recuerdo el sentimiento. Fueron días felices e intensos. Cosas de la gripe y de la música que suena. Besos nostálgicos”. Qué distinto estos besos de los que nos mandábamos cada mañana durante meses. “Un beso largo, calido, intenso y dulce”.
Sigo leyendo y escuchando el disco. Anochece sobre la ciudad, la fiebre baja y yo soy feliz por lo feliz que fui. Al menos lo viví y para mi se queda. Sólo para mi.
Todo el mundo de puente y yo en casa, encerrada por prescripción famaceútica. La ciudad vacía y yo con esta gripe, que ni es gripe ni es ná, ni chicha ni limoná. Con este malestar general que ni arranca y me hunde en el sopor de las fiebres, ni me deja tranquila para pasear la ciudad vacía. "Me gusta el puente, ese que tiene cuatro días, que entre sus barandales se queda Madrid vacía". Así cantaba Mercé en su "La vida sale". Pero yo no puedo salir, no debo. Ay, aquí me hallo, en el lecho del dolor.

jueves, 2 de diciembre de 2004

Ayer, en una jornada a la que tuve que acudir por motivos laborales, un chico se paseaba con una camiseta negra en la que, con letras rojas, se leía la frase "Malditas sean las guerras y los canallas que las apoyan". Me sorprendió ver esa frase, pronunciada por alguien a quien conozco desde hace tantos años, minutos antes de la hora prevista para iniciar una conferencia en contra de esa guerra, cuando le comunicaron que su hijo había muerto en ella. Me sorprendió porque nunca la había asimilado como un eslogan, sino como la frase de dolor de un padre ante la muerte de su hijo. Y sin embargo, es cierto que esa frase contiene en si misma una gran fuerza.
Ese hombre dolorido, pero sereno, escupió una por una cada palabra y ese chico entendió que merecía pasar a la pequeña historia de las frases célebres.
Unos días después de aquélla tarde de dolor y estupor, volví a encontrarme con el autor de la frase en la sede de su partido, que es también el mío. Era noche de elecciones y analizaba los resultados. De nuevo con su talante serio, como siempre, sereno, pero con cierto entusiasmo por lo que él entendía que eran unos buenos resultados en algunas zonas del país, consecuentes con la política llevada a cabo allí, me contó algo de su calvario particular, de su dolor perenne, como debe ser el de perder para siempre a un hijo.
Ayer volví a recordar esos momentos, gracias a la camiseta contestataria de aquel chico. ¿Se comprarán en algún sitio esas camisetas?. Yo quiero una.
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