lunes, 29 de noviembre de 2004

Llegó a casa cansada, como siempre. Subió a su habitación, se quitó la ropa, se lavó la cara y se puso su bata de seda, anudada a la cintura. Se tumbó en el sofá dispuesta a ver lo que fuese que pusieran en la tele. Una serie, como tantas otras, comenzaba mostrando a un tipo que cortaba unas hojas secas de tabaco para hacer un cigarro puro. Entonces decidió darse el capricho. Lo preparó todo. Un vaso de boca ancha lleno de hielo, un chorreón de ron haitiano, puro coñac, el cortapuros, la caja de cerillas, el cenicero y un puro habano. Lo movió entre sus dedos cerca del oído, lo olió y decidió que estaba en su punto. Abrió el cortapuros, introdujo la punta y cortó, rápido y seco. Luego lo humedeció entre los labios y encendió el cigarro. Aspiró el humo y dejó que le llenase la boca, que le llegase hasta la garganta y le subiese un poco hasta la nariz. Después expulsó el humo en volutas que la rodearon. Dió un trago al vaso. El ron le refrescó la boca y le calentó el estómago. Una nueva calada corta, seguida de otras dos más largas, al puro. Un suave picor en la punta de la lengua y luego el sabor llenándole la boca otra vez. El segundo trago de ron empezó a hacerle efecto. Las rodillas empezaron a hacérsele como de espuma y la sensación le subió por los muslos. Empezó a sentirse bien. El humo de un intenso olor la rodeaba, mientras volvía a chupar el cigarro, dándole vueltas entre los dedos. Sintió calor. Se acarició el cuello. Desde la base de la nuca hasta la clavícula, luego el hombro. Otro trago de ron, ahora más suave por el efecto del agua derretida. Se desperezó en el sofá, voluptuosa. Se sentía bien, sí. Entonces sonó el teléfono. Trabajo. Citas, cuestiones pendientes, compromisos, tareas... Cuando colgó volvió al sofá, pero el puro se había consumido en el cenicero y el ron se había disuelto definitivamente en el hielo derretido. Recogió las cosas, apagó la luz y se fue a dormir. Después de todo, al día siguiente había que madrugar. Ya vendrán tiempos mejores. Seguro.

domingo, 28 de noviembre de 2004

Es curioso como las cosas que nos pasan, que nos separan físicamente, nos unen más. Nunca hasta ahora habíamos estado tan pendiente unas de otras. Nunca antes la vida nos había colocado a todas tan lejos, tan en el borde de la vida. Y sin embargo, ahí estamos, juntas, unidas, tan unidas. Es como si cuando estamos juntas tuvieramos que transmitirnos todo el cariño, el apoyo y el amor que vamos a necesitar cuando no estemos. Como cargar baterías. Nunca hemos sido tan sinceras, tan cariñosas, tan amigas. Siento que hemos madurado tanto. Estructural, no coyuntural.
Me llama para contarme que ha terminado con ella. Y no puedo evitar alegrarme. ¡Qué desazón, qué mala conciencia!. ¿Por qué me siento así?. Resentimiento. El resentimiento sólo se cura con la venganza, el olvido o el perdón. ¿Qué es esto?. No tengo nada que perdonar, pero es cierto que no lo he olvidado. ¿Es esto venganza? Él y yo somos amigos, sin derecho a nada más, porque no funciona. Lo que tenemos me gusta, ¿por qué entonces me alegro de su ruptura?. Es como si le recuperase sin obstáculos, sin tener que guardarle a ella su sitio. Pero tampoco es cierto, no del todo. Él nunca fue mío en exclusiva. Le compartía con tantas... ¿Qué significa esto?.

jueves, 25 de noviembre de 2004

En ocasiones, es difícil mantener la cabeza fría y no dejarse llevar por el brillo de las bambalinas que te rodean. Crea cierta ansiedad, que hay que sobrellevar, tener que estar atenta para ver que no es oro todo lo que reluce. Cuando estás en ciertos sitios te crecen amigos por todas partes, gente que te dice que siempre te quiso, que siempre te tuvo en la mejor consideración, que te lo dicen ahora, pero que ya lo pensaban de antes. Eso halaga, pero hay que saber distinguir el polvo de la paja.
Mi problema es que soy demasiado ingenua, a veces, y como lo sé, me vuelvo, por reacción, demasiado desconfiada. Tengo que hacer ejercicios de mentalización para poner a cada uno en su sitio, ni muy arriba, ni muy abajo. Justa. Tengo que saber a quién me debo, con quién he firmado mis compromisos virtuales, esos que se basan en la confianza mutua, que se ratifican con una simple mirada mientras se toma un inocente café. Debo tener siempre claro que las relaciones, las de verdad, se basan en una inquebrantable lealtad, que no servilismo, que implica la capacidad para decir con franqueza cuándo se equivocan y por qué. Y, consecuentemente, saber que cuando te lo dicen a ti lo hacen por lo mismo, porque no quieren otra cosa para ti más que verte hacerlo bien.
A veces, en la vorágine de las tareas cotidianas es difícil mantener la cabeza fría. A veces es complicado saber hasta dónde puedes confiar. A veces es decepcionante ver que ese apoyo recibido es tan interesado, tan mercantil.

martes, 23 de noviembre de 2004

"Amigo puede ser quien bien repara
en la musa o engendro que yo aporte.
Amigo, sí, es también quien me soporte,
pero amigo mayor es quien me ampara".
Amigo mayor (Silvio Rodríguez)

Gracias a todos los que, de un modo u otro, estuvísteis amparándome ayer. Gracias por los besos recibidos, las caricias y apretones de apoyo y cariño. Los de verdad y los virtuales, los que se quedaron en deseo e intención. Los de aquí cerquita y los que vinieron de muy lejos. Gracias por soportarme cuando no me lo merezco y por ampararme siempre. Gracias.

domingo, 21 de noviembre de 2004

Mañana nos llamaremos todos. Yo llamaré a mi madre y a mi abuela. También a mi hermano. Hablaremos de naderías, de intranscendencias, interesándonos de manera obsesiva por nuestro estado de ánimo. Probablemente no mencionaremos el hecho que nos lleva a llamarnos. No hace falta. Llamamos por el mismo motivo, ya sabes, porque hace muchos años, nuestra vida cambió para siempre un día como el de mañana. No sabría decir si el cambio fue para bien o para mal, pero es seguro que hoy no seríamos lo que somos si ese coche no se hubiera despeñado hace veintinueve años, quedando para siempre suspendido en aquellos cerros inmensos.

viernes, 19 de noviembre de 2004

Viene el lunes. Estoy un poco nerviosa. Siempre que sé que voy a verle me pongo un poco nerviosa. Él fue mi profesor, el que inció en mi el gusto por lo que hago. Me recomendó a mi jefe, dando de mi las mejores referencias. Por eso nunca he entendido qué pasó después, por qué un día, de repente, me negó el pan y la sal, dejó de hablarme y se limitó a saludarme por compromiso. Hace ya muchos años de aquello; es verdad que ya no duele, pero dejó un poso de amargura que se me viene a la boca cada vez que sé que voy a verle. "Acuérdate, mantente en un segundo plano, que sea él el que se acerque a tí, no inicies ninguna conversación en su presencia, limítate a tomar lo que él te de, no te fies, cuidado". El lunes otra vez tendré que jugar a no ser lo que soy. Porque aunque ya no duele como dolió, no sé cómo me sentaría un nuevo revés de su desprecio. "Él se lo pierde", me ha dicho hoy Greta, cuando se lo he contado. Sí, pero yo le tengo aprecio, a pesar de todo, y agradecimiento porque hoy soy feliz con lo que hago gracias a él. Lástima que no me deja demostrárselo.


Es divertido e interesante mezclarte en el autobús con los chicos que van y vienen a clase. Como no saben quién soy ni a qué me dedico, oir sus conversaciones da muchas pistas. "La de Genética es una borde y una inútil"; "el de materiales es muy majo y sabe mucho".
Hoy dos chicas iban hablando de un cantante. "Mola esta canción, ¿verdad?. Sí, ¿quién la canta?. No sé, una tal Tino Casal. Ah, si, me suena ese tío. Sí, mola".
¡Son tan jóvenes!. A mí también me gustaba la espectacularidad de la puesta en escena de Tino, con sus casacas de colores, sus brillos y su maquillaje. Y su voz aguda. Y la canción también molaba, sí. Fue una pena su muerte temprana, pero no se le echa en el olvido.

miércoles, 17 de noviembre de 2004

"Gracias por darle contenido a la palabra esperanza". Una nota con esta frase acompaña a una pequeña caja de bombones. A veces, una palabra de agradecimiento compensa el tiempo, las fuerzas, las desilusiones, las frustraciones y los enfados que acompañan a la tarea. Hoy, además, ha sido un día difícil, así que el detalle se valora más, mucho más. Mi tristeza y mi furia se han disuelto con esta nota y esa llamada telefónica, larga, divertida, distendida, inteligente.
¿Héroes?
I. En el amor y en la guerra todo vale. ¿Todo?. ¿Hasta rematar en el suelo al herido inerme?. Ni en el lejano oeste ocurría eso. Y si ocurría, lo hacía el traidor, el malo, el delincuente. Estos son los héroes del lejano oeste de hoy.

II. Van de puros, de sinceros, de leales, pero su estrategia siempre es la misma. Ponen el ventilador y esparcen la porquería sobre los demás. Ellos son los mensajeros y su deber es poner en conocimiento del afectado la verdad. Es una cuestión de honradez. Lo malo es que la mayoría de las veces, su verdad es la más absoluta de las mentiras. Pero el daño ya está hecho y la duda sembrada. Algún día estos adalides de la justicia y la sinceridad deberían pagar por el dolor que infringen. Algún día.

lunes, 15 de noviembre de 2004

Lo malo de volver ver a amigos a los que no ves desde hace tiempo es que te plantan ante las narices esas afirmaciones rotundas que en su día hiciste. Son tu memoria viva, que te echa en cara lo que no has hecho, lo que no has cumplido. No lo hacen conscientemente, claro. Pero tú sufres esos envites del recuerdo como si fueran un ataque directo. Es lo malo de ser demasiado tajante. Y demasiado joven. Afortunadamente, con la edad, una aprende a aceptar sus contradicciones, a asumirse más cobarde de lo que era o más cauta o menos temeraria.
El sábado hubo más preguntas, más recordatorios. Mis planes de ser madre, mis ganas de compartir la vida con alguien, mis antiguos amores puestos al día por la necesidad de volver a contarlos. Y luego a pensar, porque de pronto ves que has evolucionado y no siempre para bien.

domingo, 14 de noviembre de 2004

Esperaba la llamada. Estaba anunciada, pero como tardaba, empecé a pensar que no se produciría y, la verdad, lo agradecí. Pero no, llamó. Y, por un instante, me apeteció quedarme en la rutina, en el abandono, en lo de siempre, conocido, controlable. Cogí el teléfono y en nanodécimas de segundo decidí ser consecuente con los planes previstos. Iría a la cena, claro. Ver a antiguos amigos, reirme con ellos, saber de sus vidas después de más de dos años. Salir del agujero. Y me lo pasé genial. Y quedamos emplazados para otra vez, cerca, muy cerca. Pasitos cortos, pero pasitos.

jueves, 11 de noviembre de 2004

¿Cuánto tiempo tiene que pasar para que una pueda decir con rotundidad que conoce a una persona?. ¿Cuántos rasgos, caracteres, perfiles puede tener?. ¿Cuántos de estos rasgos son suficientes para calificar a alguien?. ¿Pueden ser contradictorios y, a la vez complementarios?
Hace catorce años que le conozco y trabajo con él. Calificarle es tan difícil. Porque él es inteligente como pocos y, sin embargo, tan ingenuo e inocente como un niño a veces. Es arrogante y fanfarrón y, a la vez,tímido enfermizo. Impenetrable y reservado para lo personal y un chismoso y un cotilla para lo laboral. Un hombre de derecho, un jurista como pocos y un ácrata, todo en uno. Un anarquista de derechas. Esta contradicción aparente le califica y cualifica como pocas.
Dice, con cierta sorna, que en los últimos tiempos me he vuelto más impertinente. Después de que durante los últimos catorce años él haya sido el responsable y artífice de los avatares de mi trabajo y vocación, y, por tanto, de mi vida, creo que eso que él llama impetinencia no es más que confianza. La mía plena en él. La suya en mi... ¿quién lo sabe a ciencia cierta?.

miércoles, 10 de noviembre de 2004

Me siento orgullosa de mi tierra. Ya sé que es evidente que ejerzo de ello, pero es que ahora me embarga una emoción y un orgullo que no puedo, ni quiero, evitar. Ayer en todos los noticieros apareció la reseña: las primeras líneas de células madre llegaron al banco público creado en Granada. Y me emocioné, sí. Los primeros en España. Cuando al principio del verano oí una charla de Bernat Soria, amena, clara, tan divulgativa, en la que explicaba con sencillez cómo esta investigación podía ayudar a tanta gente, me declaré clara defensora de la misma. No puedo entender ninguna razón para prohibirla, ningún prejuicio moral para estar en contra de ella. No me cabe en la cabeza. Y Andalucía la primera en autorizar y potenciar la esperanza para miles de enfermos. Y yo orgullosa, sí señor. El nueve de noviembre será otra fecha para celebrar en la historia, una fecha revolucionaria.

martes, 9 de noviembre de 2004

Pasados ¿im-perfectos?
I. Vienes por la noche. Cena en casa de M.C.y J. Ella la cordobesa más guapa que conozco, simpática, inteligente, divertida. Su embarazo de ocho meses la ha redondeado y está más bella que nunca. Él un pedante, egocéntrico, al que ella, sin embargo, ama con locura. "Todo el amor propio que le sobra a él me falta a mi", dice ella, dando una nueva muestra de su inteligencia y buen humor. Charla distendida sobre conocidos, recuerdos, situaciones vividas juntas en los pasillos de nuestra pequeña facultad. Amigos comunes y otros nuevos. En un momento de la velada la pregunta del millón, la que siempre ha tenido respuesta, aunque no la misma: "¿Te vendrías otra vez aquí?". A vivir casi seguro que sí. Pero, ¿qué es vivir?. Aquí recuperaría parte de esa vida social que donde estoy no tengo. Además recuerdo con cariño esos pasillos y claustros donde empecé a ser lo que soy. Pero, ¿podría trabajar allí después de hacerlo en la más grande?. Nunca he tenido pretensiones de hacer grandes cosas; ni siquiera ahora soy consciente de hacerlas, cuando ellos me miran con admiración y orgullo al contarles por donde ando. ¿Volver?. No lo sé, la verdad.

II. Casi por casualidad el sábado aparezco en la puerta de la Asociación de Vecinos. Movimiento ciudadano. ¡Cómo me gusta esa expresión y qué satisfecha estoy de haberle dedicado tantos años antes de marcharme hace diez!. La lucha de mi barrio obrero olvidado siempre por los responsables políticos. "Nuestra secretaria ha venido a vernos". Ya no soy ni vecina, pero ellos me siguen considerando la secretaria que tomaba notas de aquellas reuniones de los martes por la noche. Me hice famosa por mis cartas incendiarias, reclamando derechos, a los concejales de turno. Una de ellas me llevó a ese amor al que me abandoné y cuyo destino fue parte importante en mi decisión de marcharme, cuando tuve que huir para no ahogarme y respirar y arrancarlo de mi corazón. Echo de menos aquella lucha. Tal vez una razón más para volver. O tal vez no haya lugar ya para mi en la batalla.

III. Pasado reciente. Otra vez hasta altas horas charlando en su sofá. "Me gusta charlar contigo porque me escuchas y sé que te lo puedo contar todo. Te quiero mucho" Yo tambien te quiero mucho y te quise más, hasta que compartirte con otras, con todas, dejó de ser divertido. Amigos íntimos ahora. De esos que se lo cuentan todo, sobre todo aquéllo que ella nunca puede saber.

IV. Su llamada el sábado, a primera hora, para anunciarme su boda. "No puedo casarme sin que tú estés". Harold se casa. Ese mulato que me quitó el sueño hace tantos años se casa. ¿Dónde habrá encontrado alguien que le aguante?. Porque es inaguantable, petulante, fatuo, egocéntrico, insoportable. Vale, durante un año me quitó el sueño. Sus visitas dos día en semana eran una mezcla de hipnosis y rabia, cuando me daba cuenta de que otra vez me había dejado llevar, que otra vez él lo había conseguido. Luego estuvo en mi vida como el Guadiana, apareciendo y desapareciendo. Y ahora se casa y quiere que esté. Por supuesto iré, sobre todo para comprender cómo. Porque ya no es ni siquiera ese hermoso ejemplar de mulato, alto, bello, que me volvía loca con alguno de sus atributos. A ese se lo han tragado los kilos y la alopecia. Bandaluna ya no es la única que ha ido a la boda de un ex-. Yo debo aparecer radiante, bella, espectacular. Es lo menos que se espera de una ex-.

jueves, 4 de noviembre de 2004

Hoy Hatem, mi halawa, cumple años. Anoche a las 12 en punto le mandé un mensaje lleno de besos de colores. Él me llamó al intante y me contó lo que tiene preparado para hoy. Este año tampoco podré ir. Y recordamos el año pasado. Yo le mandé flores al trabajo. Me encanta mandar flores, sobre todo si son chicos. Les suele sorprender. Por eso me gusta. Un par de rosas es suficiente para agradarles y para que recuerden que en ese día les tengo en mi memoria.

martes, 2 de noviembre de 2004

"Le admiro mucho como profesional y como persona". Esta es la frase emblemática con la que mi querida Greta se dirige a todo famoso, famosete o friki que se nos cruza en nuestras locas noches contrapunteras. Pensaba yo en ello porque acabo de recibir un mensaje de RL, mandándome saludos cariñosos. Cada día me cae mejor RL. Creo, además, que nos estamos cogiendo cariño. Probablemente, cualquiera calificaría nuestra relación de sincera amistad. Tal vez lo sea. La última vez que nos vimos, que estuvimos juntos, cenando, tomando una copa y bailando sentí, por primera vez, que había entre nosotros una corriente de afecto. Lo que pasa es que RL y yo nos volvemos un poquito canallas, traviesos y descarados cuando nos vemos a solas en su buhardilla. Y aquí viene lo más curioso, lo que me hace pensar: yo que tengo una tendencia inmoderada a colgarme de aquellos con los que practico juegos de alcoba, no siento eso con RL. Al principio sí, pero duró poco. Y creo que ya sé por qué es: no le respeto. Mejor, no le admiro, no es inteligente. Sí es listo, rápido, pillo y negociador. Busca la ventaja. Pero le falta la sutileza de la inteligencia, de la palabra, del saber estar. Estas cualidades, que valen poco o nada en la cama, son imprescindibles en la mesa. Un señor en la mesa, un chulazo en la cama, en su versión masculina. Y RL, mi animalito de bellota, como yo le llamo, es lo menos sutil que he encontrado en la mesa. Es de los que regaña al camarero, elige el vino por el precio, pone pegas a todos los platos, regatea en la cuenta, cuando cree que le engañan. Y eso, a veces, da risa. Pero, otras, abochorna. Lo mejor es que siempre es el mismo. Nada sutil en su buhardilla. Y eso sí que me gusta. Y mucho.

lunes, 1 de noviembre de 2004

I. Día de Todos los Santos, Día de Difuntos. Estos días primeros de noviembre, el mes más triste para mi, me traen recuerdos de cementerios. El de mi ciudad mágica, grande, triste y deslucido; con manchas de humedad en las paredes encaladas, con olor a flores muertas y húmedas junto a las fuentes, verdín en los floreros, frío. Una misa en medio del patio central. Calles estrechas llenas de tumbas, tumbas antiguas, sucias, abandonadas. No hay miedo, ni dolor en mis recuerdos, sólo gris. Aquel terreno lleno de cruces de madera medio caídas, donde reposaban los soldados republicanos a los que nadie reclamó, el columbario, tumbas chiquititas y el cementerio civil, donde reposaban los no católicos. Desde que entraba por la puerta y dirigía mis pasos hacia la tumba de mi padre, el frío de noviembre se calaba entre los huesos. Aunque hiciera sol, siempre hacía frío, tal vez porque mis visitas más frecuentes siempre fueron en noviembre, mi mes más triste.
Cuando estudiaba la carrera iba también a menudo. Estaba cerca y, a veces, en vez de irme al bar, me acercaba al cementerio dando un paseo. Nunca me pareció tétrico, ni sombrío. Nunca imaginé a mi padre ahí, tras esa lápida en la que aparecía su nombre y el recuerdo a la memoria de su mujer y sus hijos. Mi padre, ese hombre alegre y dicharachero, que los domingos nos dejaba subirnos con él a su cama y nos cantaba, mientras mi madre preparaba el desayuno, las canciones de la tuna de su juventud, con voz melodiosa, ese que llegaba cansado y hacia el que yo corría y me abalanzaba cuando aparecía en la esquina de mi calle, el que veo en fotos abrazándome y sonriendo, del que todo el mundo dice que era la alegría en persona, ese al que dicen que tanto me parezco en talante, ese hombre moreno, de ojos tan oscuros y pelo rizado que siempre sonreía, ese no está allí. No sé dónde está, pero no allí. Así que yo iba a ver esa lápida, con la obligación de llorar por él, de rezar lo que sabía, con una cierta sensación de abandono.
Cementerios. El verano pasado volví al cementerio de mi ciudad. Hacía tanto tiempo que no iba. Estaba remozado, pero no perdía esa sensación de humedad. O es que yo no puedo quitame esa sensación del recuerdo. Ahora es más grande. Pero inicié el camino hacia la lápida de mi padre sin ninguna duda. Las tumbas de los soldados republicanos han sido restauradas, rehabilitadas, reconocidas. La cal brillaba al sol, el sol redondo y caliente de agosto en mi ciudad, pero la callejuela donde está la lápida estaba en la penumbra. Y allí estaba la mención a sus hijos, junto a su esposa. Unas flores de tela, perennes, que hoy estará cambiando mi madre, eran el único testigo de su familia. Las sensaciones de mi niñez volvieron todas, plenas. Y de nuevo no sentí pena, ni tristeza, ni miedo, sólo sentí frio. Un frío extraño en agosto en mi ciudad.

II. Dulces de noviembre. Ni huesos de santo, ni buñuelos de viento, ni panellets. Mis dulces de estas fechas son las gachas. El dulce más pobre. Agua y harina. Mi madre las prepara con leche, suaves, con ese ligero sabor a aguardiente y canela en rama. Una cucharada de manjar dulce y sencillo, con un cuscurro de pan frito, crujiente. Se funden en la boca, mientras el olor a anís se cuela por la nariz y hace cosquillas. A mi me gustaban templadas, no frías. Me sentaba en la cocina, mientras mi madre las preparaba, despacio, removiéndolas, para que no quedaran grumos, lentamente, a fuelgo lento, mientras espesaban. Y luego las dejaba caer en platos, en cuencos y las espolvoreaba con canela molida. La cocina oliendo a canela, aguardiente y pan frito en buen aceite de oliva. Yo le pedía arrebañar el cazo. Con una cuchara de madera recogía los últimos restos de dulce, que se endurecían por el frío. Y lamía la cuchara rugosa de madera.
Voy la semana que viene a verla. Le pediré que me haga gachas y la veré de nuevo en la cocina mientras las prepara. Repetiré el ritual y, tal vez, me sentiré niña otra vez, por un ratito. Y dejaré que mi madre me mime un poco, que noviembre es frío y triste y me va a hacer falta calor.
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