jueves, 29 de septiembre de 2005

Hoy pensaba yo qué podría contar alguién de lo mio, por ejemplo, yo misma, en una lección inaugural de curso universitario. No es baladí la cuestión, no. Tienes que hablar durante una hora sin que el auditorio se te duerma, bostece, se retuerza en los incómodos asientos y se acabe marchando y maldiciendo haber aceptado la invitación para tan solemne rollo. El citado auditorio, además, es variopinto, y abarca todas y cada una de las ramas del saber... a saber, ciencias matemáticas, físicas, quimicas, sociales, jurídicas, letras, humanidades, filosofías y filologías varias. En fin, un batiburillo al que nos une que nos pagan los mismos a fin de mes por hacer y deshacer casi las mismas cosas.
¿Preparar una lección magistral? Porque debe ser amena, incluso divertida. Igual puede serlo. Como yo les cuento a mis alumnos, el derecho, en general, y el que yo conozco, en particular, da para ser mordaz, incisivo, irónico y simpático. Hay gente "pa tó", como decía el Guerra, el torero, no el otro, que también podría dar un discursito de esos.
En fin, que he llegado a la conclusión de que, afortunadamente, no tendré que dar un discurso de esos en mi vida, así que no debo preocuparme, que también son ganas de buscar problemas donde no los hay.
Me voy a casa, a concienciarme de que mañana durante una hora, un señor de óptica nos va a hablar de qué se yo. Igual es divertido y todo, aunque lo dudo. Llevaré en el bolsillo del traje de lagarterana (esa es otra) un ejemplar del sudoku ese, que me parece un juego enrevesado y diabólico, pero que hará que el tiempo pase más rápido. Ciao.
Lo consiguió. Me crispó. Tanto que le he pedido al taxista que cambiase de emisora o que apagase la radio. ¿Cómo se pueden decir tantas mentiras? ¿Cómo se puede transmitir un mensaje tan antiguo, carca y falso? Esta emisora es la prueba de que, utilizando la libertad de expresión que se nos reconoce a todos, se puede salir al aire contando falsedades, una detrás de otra. El sistema beneficia al que lo desprecia. Ellos también critican eso cuando les conviene, pero se aferran a su pretendida libertad cuando se le echa en cara. Voy a tomarme un café con amigos. A ver si me tranquilizo.

miércoles, 28 de septiembre de 2005

Hace años tenía yo una pesadilla, de esas recurrentes que te dejan sin resuello y te despiertan más cansada de lo que te acostaste. El escenario era siempre distinto, aunque lo normal es que me ocurriese en el campo. Allí me pasaba las horas intentado levantarme, sin que las rodillas me respondiesen, blandas como mantequilla, imposible reaccionar, por más fuerza que hiciese. La impotencia y la rabia me despertaban con un sobresalto.
Curiosamente, las pesadillas desaparecieron, sin que yo fuese muy consciente de ello. Al cabo del tiempo, cuando me di cuenta lo anudé a los días en que le conocí. Él me hizo sentirme bien, importante, valorada, querida, deseada, me hizo ser feliz y, supongo que por eso, esa angustia desapareció.
Esta noche he soñado algo parecido; quería correr y no podía, las piernas no me respondían, la carrera era lenta, sin fuerza, aunque, a diferencia de aquellas pesadillas, yo estaba de pie y luchaba y lograba escapar. Lo malo ahora es que él no está, porque ya no está. Por estos días, desde hace cinco años, le echo de menos.

martes, 27 de septiembre de 2005

En las últimas horas he recibido sus muestras de afecto, más o menos, inocentes. Todos se alegran mucho de verme, todos me agarran de la cintura para darme dos besos, cada uno me dejó un mensaje en el oído. "Qué guapa estás", "me encantan tus correos de madrugada", "a ver si nos vemos más". No negaré que me halaga, pero creo que me paro antes de que sea inaceptable e irreversible. Me arreglo como cada día, porque me gusta estar lo mejor posible, dadas las circunstancias; mis correos no llegan de madrugada, otra cosa es que él los vea a esa hora; nos vemos lo que tenemos que vernos, porque nuestra relación es laboral. ¿Qué ven ellos en mi? Son hombres inteligentes y preparados, acostumbrados a tratar con mujeres también inteligentes y preparadas -a veces, más que ellos mismos-. ¿Ven eso cuando me miran?, ¿son capaces de distinguirlo?, ¿o pesa más la testosterona esa que los atontece?. Y, por supuesto, la pregunta del millón, ¿propicio yo todo eso?.

Cuando las ranas críen pelo

Cuando las ranas críen pelo....
Pues ya van por los ratones. Como dice mi hermano, si el rey y Botín son calvos, es que no hay solución.


Para lo que me queda en el convento....
Ayer, anonadada, asistí al espectáculo, baladí, pero significativo. De nuevo, yo me negué a entrar en el juego. Igual soy una boba, pero el dinero no es mío y no me parece bien que se gaste en mi.

viernes, 23 de septiembre de 2005

Durante la Dictadura, la culpa era de los judeo-masones (combinación extraña) o de los vagos y maleantes, esa especie de macabro cócktel donde entraban los maricas, los rojos, los gitanos y demás ralea. Los socialistas, en cabeza de Felipe, tuvieron la culpa de la sequía durante años. Ahora son los terroristas los que tienen la culpa de los huracanes que asolan EE.UU y nos muestran esas imágenes tercermundistas -no muy distintas de las que veíamos hace un año de Haití, el país más pobre del hemisferio norte- de la primera potencia del mundo. ¿Terrorismo natural?. Igual resulta que la naturaleza, como el otro, se ha cansado de las emisiones descontroladas, de las burlas al protocolo de Kioto del presidente idiota, del egoísmo desaforado de los norteamericanos por petróleo a cambio de democracia impostada y ha decidido enviarles lo que mejor sabe hacer, un bufido de cabreo sin precedentes. Lo malo es que pilla a otros que no tienen culpa. pero qué más da, la culpa siempre tiene que ser de alguién.



La Iglesia va a prohibir a los homosexuales ser curas. No sé si la medida tendrá efectos retroactivos. Eso provocaría una cierta descapitalización humana de la empresa, que no creo se pueda permitir, así que imagino que la medida será de aquí p'alante. Mis dudas: cómo lo sabrán. ¿Habrá un análisis de las cabezas de los aspirantes o de su ADN para encontrar el gen pecador?. Y otra, la más importante, si hacen voto de castidad, como les exige el ideario del centro, tampoco pueden entrar?. ¿Repuga más a los gerifaltes del invento la mirada lasciva de algunos de sus capitanes sobre los niños y los jóvenes fieles, que la que tengan otros sobre las niñas, adolescentes o señoras maduras cuando lleguen a sus altares con cara de estar en trance por amor a dios, con esa expresión cuasi-orgásmica?

jueves, 22 de septiembre de 2005

Me desperté sin saber muy bien dónde estaba. El duermevela es lo que tiene. Miré a mi alrededor y seguidamente a mi izquierda y ahí estaba él, dormido. Me giré con cuidado para ver mejor su perfil. Es atractivo, pero esta vez no era esa la atracción que sentía. Esta vez me había encantado la camaradería, la confianza, esa que nos llevó a que yo le arreglase el cuello de la chaqueta y él me quitase una pestaña de la cara. Esa amistad que fluye fácil, que nos hacía separarnos del grupo o quedar solos para desayunar o cenar. Lo extraño de esta situación es que él y yo nos vemos poquísimo, a trompicones, casi a escondidas. Lo malo es que pese a esa confianza, a su confesa lealtad, a su trato durante años, yo mantengo un hilo de desconfianza, como cuando cierras los ojos y te acurrucas esperando la descarga del golpe. A veces, después de días como estos, me tienta relajarme, dejarme llevar, confiar, pero sé que no puedo, lo intuyo. Pensaba en esto mientras dormía a mi lado. Entonces la megafonía del tren anunció la siguiente parada y él despertó, me guiñó, sonrió, me preguntó si había dormido algo y entonces empezó la película, que vimos gastando bromas sobre la obvia trama judicial que nos mostraba.
Nos despedimos en la parada de taxi. Nos emplazamos, como siempre, para la próxima comida y cada uno tomó su camino.

lunes, 19 de septiembre de 2005

Espero a la tasadora

Espero a la tasadora. Y preparo la maleta. Nervios, por la maleta, el avión (un cuatrimotorrrrrrrr, como cantaba Rosa León con su guitarra hace mil años) y por la tasadora. ¿Tengo bien preparada la conferencia? ¿Sabré contar lo que quiero contar?. Hubiera preferido a un tasador, no sé, igual era más fácil. Pero es una tasadora. No puedo olvidar todos los detalles de la maleta. ¿Será simpática la tasadora?

sábado, 17 de septiembre de 2005

A propósito de las últimas noticias, de futuras movilizaciones y de sentencias que llaman la atención por la alarma social que crean:
¿Qué es lo que buscamos cuando pedimos justicia? Si lo que buscamos es la restitución de lo perdido, no hemos avanzado ni una milesima desde la Ley del Talión. Y además, dependiendo del bien perdido, esa justicia que reclamamos es imposible, porque una vida, por ejemplo, no se restituye jamás. Si, a pesar de ello, seguimos bramando por justicia, igual es que lo que queremos es venganza. Y no es lo mismo.
A veces me pregunto si merece la pena, porque el dolor ni se mitiga ni se aminora y, sin embargo, no deja de destrozar alma y futuro, el nuestro y el de los que nos rodean. Y yo sigo preguntándome si merece la pena.

martes, 13 de septiembre de 2005

Me he comprado su libro, quizá para conjurar su presencia, tal vez para recordar aquella noche de verano en que le conocí, para rememorar su rostro y sus grandes ojos que me miraban atentos. Leo sus páginas, devoro sus líneas y soy capaz de imaginarle contando esos cuentos. Me hacen reír sus palabra, como me hizo sonreír su correo y, por un instante, está cerca.


Quizá la presencia de Jesús en Madrid no sea mala, quizás me ayude a salir a hacer vida social, a ver la ciudad que me rodea. Hoy hemos quedado para hacer unas compras y tomar una cerveza y a las 10.30 he llegado a casa, cansada por fuera y descansada por dentro. Igual me va a ayudar a vivir algo mejor.


Mañana en Barcelona se miden méritos. Los tiene de sobra, aunque los que me hacen quererle no están en el baremo. Corazón partío, porque sé que se lo merece, pero si sale bien, se irá lejos y yo le echaré de menos.

lunes, 12 de septiembre de 2005

Una caricia furtiva, un beso a escondidas, un acercamiento casual, lo suficiente para saber que la tensión y el atractivo siguen existiendo. Cada vez me cae mejor este chico.

domingo, 11 de septiembre de 2005

Hoy hace cuatro años que cambió el mundo. Esa frase ya es tópica. Para mi ocurrió. Tomé posesión de mi cargo y acabaron las angustias por la precariedad laboral. Evidentemente, como ocurre con las cosas importantes, no me di cuenta inmediatamente, pero sí sabía, en esa calurosa mañana de hace cuatro años cuando firmaba el papeleo, que ya todo iba a ser distinto. Hoy, cuatro años después, todavía siento los efectos.

P.D. Qué aburridos son los sábados por la noche!!!!.

martes, 6 de septiembre de 2005

De nuevo esa sensación, ese vacío en el estómago, como de vértigo, como de miedo. De nuevo el isomnio, como si, de repente, la calculadora saltase a mis sueños y me despertase con su click-click. Y las cuentas nunca salen de noche, si ya lo sé. ¿Quién me mandará meterme en esto? Es que no puede ser, no tengo medida. Y eso que ya dije que nunca más, que no estaba dispuesta a pasar por la sensación humillante que supone ir a pedir dinero a un banco. Si es que no vale una, se le pone cara de pobre, de pedigüeña, y, sin quererlo, ruega, cuando la situación ahora es otra, ahora soy fuerte, ahora regateo y todo. Una profesional. Pero las mariposas están en el estómago y no son por causa del amor, sino por causa del dinero. ¿Mariposas negras o de color verde euro?.

domingo, 4 de septiembre de 2005

La hospitalidad. Ese maldito sentimiento anclado en los genes, en el ADN, que te impulsa a admitir a gente en casa, darles tu comida, tu sillón, tu cama, si es necesario. Que te obliga a dejar el mejor bocado, el mejor sitio para desayunar, el mejor plato de la casa al visitante, ya sea uno que pasaba por ahí o tu mejor amigo.
Maldita costumbre, ancestral, árabe, que te ata a la palabra dada, pero que te obliga a aparetar los dientes y soportar la invasión, bárbara en todos los sentidos, y armarte de paciencia.
Como dice el dicho, las visitas, a los tres días, huelen, como el pescado. Paciencia, Gwnedolin, si has soportado una semana, puedes hacerlo dos días más.

viernes, 2 de septiembre de 2005

Una admira a los grandes sabios, aquellos que han dejado su huella intelectual en nuestra mente y nos han inculcado, de palabra o de obra, los principios que informan nuestra labor cotidiana. Son nuestro reflejo y nuestro modelo a seguir, a los que queremos parecernos, siquiera un poco.
Tener ese manuscrito en mis manos, con la letra inclinada hacia la derecha, el perfecto encuadre del texto en las marcas del folio, aunque algo inclinadas de derecha a izquierda, tocar la textura de la pluma, la tinta negra, me emocionó. Los folios escritos a máquina y corregidos a mano por el sabio me produjeron admiración, como quien mira una reliquia.
Esa admiración se torna tristeza cuando ves el declive del maestro, notas su voz y sus manos temblorosas, le ves titubear, vacilar, contestar a tus preguntas sin sentido, sin cohesión, abrumado y pequeño. Hoy he tenido esa amarga experiencia y no me ha gustado. Va a ser verdad que los genios deben morir jóvenes.
free web counter