miércoles, 22 de octubre de 2003

Cuando estaba con él, cuando me llamaba y me invitaba a pasar horas con él, hablando, uno a cada lado de la barra, o en su casa, apoltronada en su sofá, comiendo un bocadillo a medias, mientras me contaba los avatares más íntimos de su vida, mi sensación de seguridad no tenía límites. Sabía a ciencia cierta que estaba allí, con él, porque él quería que estuviese allí. Su sinceridad, su terrible sinceridad, me impedía pensar que hubiese cualquier tipo de doblez en su actitud.
Desde que me he ido lejos me siento andando por una cuerda floja. Cualquier vacilación en su voz, cualquier murmullo extraño, hasta las interferencias en la línea de teléfono, me ponen en tensión y siento que le molesto, que le estorbo, que no me quiere ahí.
Me ha intentado tranquilizar varias veces. La última anoche, a las 5 de la mañana, cuando me ha mandado su mensaje salvador, el que me ha permitido conciliar el sueño: "Esto ya lo hemos acordado. O no!. Bienvenida. Besos. Buenas noches"
Sabía que su amor me produciría ansiedad, por eso lo he evitado. Ingenua.

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