sábado, 14 de febrero de 2004

Día de los enamorados
En mi escasa vida sentimental me he encontrado con varios tipos de hombres: los yo-yo, esos que hoy te quieren y mañana no, que van y vienen; los soufle, te quieren mucho de pronto y, tan de repente como te quisieron, te olvidan o dejan de quererte; los no sé-no sé, que nunca tiene claro lo que quieren; los mentirosos redomados, que, en el colmo de la mentira, acaban creyéndosela a pies juntillas y te tachan a ti de desvirtuar la realidad.
El último, sin embargo, no sabría cómo definirlo, como adjetivarlo. No miente, no engaña, no dice una palabra de más, siempre tiene el mismo gesto, no se mueve y eres tú la que va, la que se acerca, la que se funde, la que se inventa, la que se lo cree, la que interpreta lo que en apariencia es claro, la que se enamora. Utilizando el símil taurino, él se queda quieto y espera, con el estoque listo, a que la bestia se arranque y venga a morir a él. Creo que eso se llama matar recibiendo.
En estos casos, a veces, una se da cuenta a tiempo, antes de que la estocada haya hecho el daño suficiente para herir demasiado, se retuerce y se marcha. Entonces, él se queda allí, como siemrpre, inamovible, con su sonrisa certera, con su palabra de cariño.
Sólo le deseo que nunca la bestia le dé el revolcón y antes de morir, ensartada por su estoque, le atraviese la femoral o la safena y le deje desangrado en el ruedo, herido en el corazón.

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