jueves, 7 de octubre de 2004

Tomaba yo ahora café con mi amiga Sofía y comentábamos los avatares laborales de los últimos días que, como ya he contado, tantos disgustos -personales y profesionales- me están causando. Y le decía que ayer, cuando volví a casa me llevé la alegría de que la chica que limpia en mi casa había vuelto, después de más de un mes de abandono. Cuando entré en mi casa me di cuenta de que había estado. Todo recogido. Limpio. Oliendo bien. Recorrí las habitaciones comprobando los detalles de su visita. Cuando entré en mi habitación vi que me había hecho la cama, había colocado los cojines y ese pequeño muñeco que guardo de recuerdo del bautizo de mi única ahijada, mi querida Vero. Lo que más me enterneció es que había doblado la ropa, había colocado, incluso, en una percha unos vestidos que me había probado por la mañana y que había dejado tirados sobre la cama. Dobló mi camiseta y la puso bajo la almohada, pensando que era mi camisón y colocó los zapatos en orden. Sofía, que también vive sola, me ha entendido. Lo último que necesitaba ayer era llegar a casa, tan cansada de tantas cosas, y tener que ponerme a ordenar el desorden. Por primera vez, en mucho tiempo, me sentí mimada al llegar a casa.

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