sábado, 5 de marzo de 2005

Casi seguro que, a esta hora hace treinta y ocho años, se estaba peinando. Ya se habría bañado con cuidado y habría desayunado algo, poco, porque los nervios no le dejaban. Pero no importaba, así ese vestido que le habían hecho unas amigas le quedaría mejor. La casa era una locura. Toda la familia había venido y ella, que hubiese preferido estar sola, se veía rodeada por todas partes. Habían dormido como habían podido, compartiendo camas, en varias casas. Su madre no había salido de la cocina, preparando guisos, dulces, tortas y bollos para dar de comer a todos. Siempre era así. No sabía cómo estaría él. Seguro que también nervioso. Era tan guapo. Le gustó desde que lo vió, aunque se hizo la dura, la seria, porque no estaba bien ser fácil. Además siempre temió a su padre y su reacción. Él no se rindió a pesar de los kilómetros de bicicleta que tuvo que hacer para poder verla todos los días, lloviese, nevase o quemase el sol. Hoy se casaban por fin. Iban a vivir juntos, a tener hijos, a formar una familia y a envejecer juntos, como siempre había querido. Se había despedido del trabajo unos días antes y estaba lista para la vida que le esperaba. Estaba nerviosa. Quería estar guapa para él y que ese día saliese todo bien. Y luego la noche juntos, solos por primera vez. Señor, qué nervios. Era el inicio de su nueva vida. Si ella hubiese sabido entonces que esa vida sólo iba a durarle ocho años. Él se marchó demasiado pronto. Pero ese día ella no lo sabía. Estaba feliz, rodeada de sus primas que la peinaban y maquillaban, preparándose para vivir ese día. Feliz e ilusionada.

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