jueves, 12 de mayo de 2005

Lealtades. Lo malo de las lealtades no es que te debas a ellas. Estas te crean ansiedad y angustia -como en el bolero-, pero por responsabilidad. Lo malo son esas que tú misma te creas, a veces de manera consciente y premeditada. Las que te echas a la espalda, muchas veces sin que nadie te obligue, son demasiado pesadas y díficiles de llevar. Como nadie te las ha impuesto, tú misma te pones el alcance y el límite. Y la ansiedad, angustia y desesperación -como en el bolero, pues- te las creas, igualmente, tú solita. Yo ando en este momento definiendo una de estas y no llego a conclusiones. A pesar de que cuando me paro a analizarlo no veo transgresión o traición en ninguno de mis actos, el corazón y el estómago no me dejan quedarme tranquila. Y yo me fio mucho de los vaivenes de mi corazón y de los espasmos de mi estómago. Quedar a comer con un amigo para hablar de nuestras cosas me parece el complot más grande y más ladino y felón de la historia. Tal vez deba dejar de pensar en ello y no dejarme paralizar por lo que nadie, más que yo, me he impuesto.

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