viernes, 6 de mayo de 2005

Qué fácil es alegrarle a una el día. A pesar de que no era triste, este señor lo ha conseguido. Salgo de mi masaje y se me rompe el zapato; pienso en coger un taxi cuando veo que sólo tengo un billete de 50 euros. Pregunto al taxista si tiene cambio y me dice que sí. Así que entro en el coche. Entonces me da un caramelo. "Esto por la sonrisa". Gracias, le digo. No es nada. Me pregunta qué música quiero y se ofrece a ponerme flamenco. Debe ser por el acento, pero le digo que no me gusta el demasiado puro. "La mezclita", le digo. "¿Bebo y El Cigala?". "Perfecto". Me ofrece una revista e iniciamos el trayecto. Cuando estamos cerca del destino, mientras El Cigala se empeña en explicar cómo es posible querer a dos mujeres a la vez y no estar loco, el taxista se queja. "Esta música es bonita, pero yo tenía una sonrisa en este espejo y ahora no está". Entonces la despliego, como una vela al viento. Y él me lo agradece. En la puerta de mi casa, junto a la escalinata que me acerca al hogar le doy las gracias por el trato y le pido disculpas por haberle dejado sin cambio. "No importa. Todo eso lo vale esa sonrisa". Y se la vuelvo a regalar, sin esfuerzo, franca y sincera. Así da gusto viajar, así da gusto vivir.

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