miércoles, 1 de junio de 2005

Hace muchos años visité un país árabe con un grupo de amigos. Cada vez que íbamos a un zoco o mercado y yo me interesaba por algún producto, el vendedor, ladino y sutil, me ofrecía un buen precio, según él. "A los americanos y alemanes, caro; los españoles hermanos, barato; dime tú cuánto". Entonces yo ofrecía un precio y lo mantenía inamovible. El vendedor, desquiciado y nerviso, me pedía que regatease, pero yo nunca aprendí a hacerlo. Me mantenía inflexible hasta el momento en que, haciendo un rápido cálculo mental, me daba cuenta que estaba discutiendo por no pagar unas míseras pesetas de aquel entonces, calderilla.
En esta discusión en la que ando en estos días, ¿no seré yo la que está equivocada y me empeño en defender lo que no es? ¿Y si en realidad soy una intransigente? ¿Es otra prueba de que me peleo por calderilla y no he aprendido a regatear?. ¿Todo es regateable?.

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