martes, 19 de septiembre de 2006

El vagón de metro lleno, pero no abarrotado. De pronto, a voces, la chica, morena, con gafas, con pinta de teresiana, grita "¡¡¡Señora!!!!". Miro a mi alrededor, una adolescente, flaca, con el ombligo al aire me mira. Al otro lado, hombres. Entonces vuelvo la cabeza. ¿A quién se refiere?. Para mi sorpresa, la chica morena, con gafas y pinta de meapilas, mirándome a través de los cristales de miope, con una sonrisa ingenua, va y dice "¿quiere usted sentarse?". ¿Yo?, por qué voy yo a querer sentarme. "Claro que no", le digo. Y roja de vergüenza sigo mirando al tunel negro que se ve por la ventana del vagón del metro, que va lleno de gente.
Cuando consigo sobreponerme, el asiento delante de mi está vacío. Entonces la adolescente, del vaquero medio roto, la camiseta de tirantes, el ombligo al aire y la bolsa al hombro, se sienta.
No me importa. Ni muerta me sentaría en ese vagón de metro lleno de gente que no sé si me mira o no, pero a la que yo no miro. Nunca.

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