miércoles, 6 de septiembre de 2006

En aquellos veranos que duraban una eternidad de tres meses siempre, indefectiblemente, llegaban días como el de hoy. El cielo se ponía oscuro, empezaba a correr un aire desagradable y, a veces, estallaba la tormenta. El olor a tierra mojada, la lluvia cálida que te mojaba el cuerpo todavía ataviado de ropa veraniega. Siempre en septiembre. Ese día mi madre aprovechaba para hacer cocido con los garbanzos recién comprados al vecino hortelano. La prueba de los garbanzos. Recuerdo ese olor a sopa caliente al entrar a casa corriendo desde la calle anegada de agua, ese agua fuerte, rápida, impetuosa que caía en mi pueblo en septiembre, siempre en septiembre.
Hoy las vacaciones ya no duran tres meses, no. Por eso la tormenta me pilla en mi despacho, bajo la luz del fluorescente, ante la pantalla del ordenador, rodeada de papeles. Pero el olor a tierra mojada es el mismo. Por un segundo, cerrando los ojos vuelven aquellos veranos que duraban una eternidad...

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