martes, 6 de marzo de 2007

El chiquillo se me acercaba con cara de pillo. Tan de pillo era su cara que mi primera reacción fue apretar el bolso bajo mi brazo. Entonces le vi el fajo de papeletas. Se dirigió a mi resuelto y me ofreció comprar. Le pregunté qué rifaban, de qué colegio era, cuánto costaban y a dónde se querían ir de viaje. Le compré dos papeletas. Me dió las gracias y me deseó suerte. Me hizo gracia.
Los siguientes minutos recordé mi experiencia en buscar dinero para el viaje de fin de curso. El mío fue a Madrid -curioso destino-. No recuerdo bien si vendí papeletas o qué, pero recuerdo una técnica curiosa que nos deparaba pingües beneficios. De casa en casa pedíamos un huevo, de gallina, claro. Y cuando juntábamos una docena, incluso un cartón, se los vendíamos a la siguiente señora que nos abría la puerta. No solía fallar.
Terminé recordando que probablemente éste sea uno de los primeros casos en los que una trabaja por los demás, sin llevar muy en cuenta si uno recauda más que otro. Trabajo colectivo para un fin común.
Así que ya lo sabéis: tengo dos papeletas para un viaje a Port Aventura para dos adultos y dos niños. Yo, soltera, y entera hasta la fecha, y madre de ningún niño, aunque, eso sí, tita adoptiva de varios.

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