sábado, 24 de mayo de 2003

Me asomé a la calle, amplia, llena de gente. A mi izquierda, la portada, simulando el escudo de la ciudad. Allí estaba el puente, la torre de la catedral, que esconde en su interior el minarete árabe, y la noria. Frente a mi el río, sólo iluminado por el reflejo de la luna. A la derecha, el puente romano, la mezquita, el Arco del Triunfo, todo iluminado como por llamas de fuego.
A las doce en punto, la portada se encendió, y con ella, miles de bombillas en todo el Real; el puente, cuajado de gente, se encendió igualmente. Una exclamación recorrió a la muchedumbre. Asombro y orgullo a partes iguales. La noria comenzó a girar, moviendo el agua de un rio de mentira que esconde en su interior.
Y entonces empezó el espectáculo de fuegos artificiales que iluminó un río manso y sereno, en su camino hacia el mar. Después de miles de luces, de fuentes de colores, de flores de fuego en el cielo de esa noche magnífica de mayo, entramos todos en tropel, a tomar posesión de la feria.
Es difícil encontrar a alguien con quien hayas quedado previamente, pero es fácil toparte con gente que no ves hace mucho. "La feria es mágica" decía un amigo mio. Y así es, porque la gente se ve y se saluda, se abraza y se ríe, comparte una copa de vino y baila. En una fiesta así una es capaz de creer, incluso, que no hay gente mala. Tal vez por eso me gusta tanto la feria. Porque su magia hace que por unas horas te olvides de lo malo.
Feliz feria. Feliz Córdoba que la haces tan bella y tan abierta.

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