miércoles, 23 de julio de 2003

Él se apresuró a preparar su maleta, a guardar sus camisas, sus corbatas y trajes. Tenía tantas ganas de verla. Llevaban diez días separados y él no soportaba más la ausencia. La necesitaba para su cuerpo, pero, sobre todo, para su alma. El agotamiento, la desilusión provocada por los avatares de su trabajo necesitaban de ese bálsamo que, desde hace años, ella es.
Es cierto que ella, pequeña, coqueta, risueña, con uno de los peores genios que he conocido, con una personalidad desbordante, ha sido la contrincante de sus peores riñas, de las más absurdas y estériles.
Pero ayer, viendo cómo doblaba las camisas para meterlas en la maleta deprisa, con el ansia de llegar a ella lo antes posible, de comerse esos dos mil kilómetros que les separaban, les envidié y quise que, algún día, alguien corra a buscarme así y yo necesite tanto a alguien como ellos dos se necesitan y complementan.

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