martes, 16 de diciembre de 2003

Hoy he tenido una de esas terribles noches/madrugadas de insomnio; esas en las que te despiertas a las 4 o las 5 de la mañana y no puedes dormir; pones la radio, intentas leer, y, entonces, el sueño te vence justo media hora antes de que suene el despertador, lo que hace que te muevas como un zombi el resto del día.
Hoy no podía permitirme eso, así que he hecho esfuerzos por no dormirme. A eso de las seis de la mañana, pensando en él, como siempre, le he llamado. Un sólo toque, por si dormía. Y él ha contestado. No dormía tampoco (él porque no estaba en su hora de dormir). Y con sus palabras me ha ido despejando, me ha invitado a salir de la cama y me ha dejado a la misma puerta de la ducha. "Que tengas un buen día, corazón". "Buenas noches, cielo".
Ay, señor. Cómo me gusta este hombre. Voy a bajar la guardia y me hará daño, me partirá el corazón y me hundirá en el dolor.
Pero no voy a pensarlo ahora. Hoy, por lo pronto, ha conseguido que saliera de casa, de noche, pero con una sonrisa. Y cuando he llegado al trabajo he admirado el rojizo amanecer desde mi ventana.

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