viernes, 20 de febrero de 2004

Debo preguntarle a mi amiga Carmela por ese influjo extraño de las hormonas femeninas en la psique de las que padecemos su ataque. Es como un estado de semiincosciencia en el que, sabes lo que te pasa, pero no te importa. No elimina tu capacidad total de raciocinio, porque a nada que te paras un segundo, sabes qué pasa y por qué, pero te abandonas a la carga de sensaciones angustiosas, a la ansiedad y a la tristeza y te dejas llevar por esa tormentosa sensación.
A mí, a veces, me da por llorar y lloro por cualquier tontería. En algún momento soy conciente de que esto no puede ser, así que busco mis tristezas propias, las que tengo en mi baul de recuerdos y acoplo al estado de ánimo la primera que se me ocurre. Lloro con razón, que motivos nos sobran, la mayoría de las veces.
Otras veces me enfado. Y últimamente, he aprovechado este estado para tomar decisiones que no soy capaz de tomar cuando estoy serena. Destrozo cosas, quemo cartas, paso páginas, rompo cadenas... Lo difícil es mantener la decisión una vez que ha pasado la tormenta; ser capaz de recoger lo que queda después del vendaval y seguir viviendo.

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