miércoles, 21 de abril de 2004

Hace ya catorce años, uno de los que le rodeaba se interesó por su salud. No se le veía bien. ¿Algún problema?. Él no contestó -siempre fue parco en palabras-, pero su cara y la languidez de su mirada fueron suficientes para que se decidieran a tomar medidas. Contrataron a los mejores especialistas, se hicieron los más exhaustivos análisis y el resultado fue concluyente: estaba gravemente enfermo. No se rindieron -no en vano era un símbolo- y decidieron luchar por él. La enfermedad atacaba sus tejidos y rompía los circuitos de conducción de los alimentos. Los daños, además, se encontraban en la parte más importante de su sistema. El tratamiento fue intenso: se sanearon las venas y arterias, se le facilitaron apoyos externos, incluso, se le conectó a un ordenador que controlaba los caudales aportados. Sin embargo, el verano pasado fue demasiado caluroso y su maltrecha salud sufrió en demasía. A pesar de haber contado con el mejor tratamiento aplicado por los mejores, no se ha podido evitar el desenlace fatal. Hoy los periódicos anuncian su fin: Hoy el árbol de Gernika ha muerto.


P.D. También han muerto hoy miles de niños azotados por el hambre y el sida. Lástima que para ellos no ha llegado un tratamiento eficaz como el del árbol.

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