viernes, 15 de octubre de 2004

Ayer me llamó. Otra vez. Van varias veces en pocos días. Su voz suena profunda, como siempre, y se esmera en alabarme, en acentuar mis virtudes, en pedirme disculpas por los errores, en agradecerme que, a pesar de todo, siga ahí. Ayer me dijo que le he enseñado muchas cosas. Debe referirse a que he mantenido una amistad a pesar de los avatares, que he peleado por mi sitio y me lo he ganado, frente a las adversidades. No lo sé. Como siempre, la conversación queda pendiente para un futuro café compartido, que probablemente no tendrá lugar, porque él volverá a entrar pronto en esos espacios de ausencia y silencio a los que me tiene acostumbrada.
¿Qué me pasa con este hombre?. Es cierto que le quise mucho, que peleé por él hasta donde él me dejó, que, por primera vez en mucho tiempo, me planteé seriamente llegar al final con él, por él. Pero también es cierto que me mintió, me dejó sola frente al desastre y se escondió como un cobarde. Y, sin embargo, no puedo irme. Me mira con sus ojos tristes y no puedo evitar acariciarle despacio y darle un beso en la mejilla. Pero una amistad donde hay tantos temas tabú no es amistad, no como yo la entiendo, como yo la quiero, como yo la necesito.
A veces recuerdo aquel lejano día en que bailamos por primera vez, separados por unos metros, pero muy juntos. Aquél día, tal vez, nació un lazo entre nosostros que no nos separará nunca. Extraños misterios de la vida, de las relaciones, del amor y de la amistad.

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