martes, 12 de octubre de 2004

Hace exactamente siete años, de madrugada, él me llevaba a casa. Era mi última noche en la ciudad. Al día siguiente debía volver al trabajo. Llevábamos varios días raros. Él se había vuelto distante. Yo sabía por qué. Me había mentido. Y no me lo negó. En su coche le hice la pregunta, esa de la que no quería la respuesta, porque la conocía. "¿Te has acostado con ella?". Cerré los ojos. "Entiéndelo. Han sido muchos años". Yo no quería entenderlo. Sólo quería que no me doliese como me dolía. Apenas dormí aquella noche. Me levanté temprano. Hice la maleta y me despedí como pude de mi madre en la estación. Cuando el AVE cerró las puertas las lágrimas empezaron a fluir mánsamente de mis ojos. No podía pararlas. La chica sentada enfrente me miraba y me sonreía. Yo le devolvía una mueca, mientras las lágrimas fluían detras de mis gafas de sol. Cuando abrí la puerta de mi pequeño apartamento, empecé a sollozar. Y lloré sin remedio.
Volví a verlo a primeros de diciembre. El cáncer le estaba destrozando. Estaba más delgado aún que de costumbre y la quimioterapia le había dejado sin pelo. Cubría su cabeza con una gorra. Hacía frío. Le ofrecí mi amor y mi ayuda. Y, por primera y única vez, dudé de todo, de mi trabajo en esa otra ciudad, de haberme ido lejos. Y me plantee seriamente dejarlo todo y volver. Me dejó en la puerta de casa. Me besó y me dijo que me llamaría al día siguiente. Nunca más volví a verlo. Mis amigos me evitaban la conversación, pero yo sabía que se moría.
Hace exactamente cuatro años, Teresa me llamó. "Él ha muerto. La luna estaba llena. Estaba rodeado de los suyos. Seguro que se acordó de nosotros. Seguro que pensó en ti". Volví a llorar, porque, aunque sabía que llevaba tiempo esperando esta llamada, le iba a echar de menos. Aunque hacía tres años que no le veía -los que él dedicó a luchar con la enfermedad- no había dejado de echar de menos su forma de ser, de tratarme, de hacerme sentir hermosa y bonita y especial. No había olvidado su sonrisa o como llegaba a mi, cansado del trabajo, y reposaba su cabeza en mi hombro para que yo le acariciase y le mimase.
Hace exactamente cuatro años él se fue para siempre y yo echo de menos lo que pudo llegar a ser, si el mal no se hubiese cruzado en su camino. Un magnífico amigo. Te quiero Juan y te recuerdo con una sonrisa. Hoy miraré la luna y pensaré en ti, otra vez.

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