martes, 2 de noviembre de 2004

"Le admiro mucho como profesional y como persona". Esta es la frase emblemática con la que mi querida Greta se dirige a todo famoso, famosete o friki que se nos cruza en nuestras locas noches contrapunteras. Pensaba yo en ello porque acabo de recibir un mensaje de RL, mandándome saludos cariñosos. Cada día me cae mejor RL. Creo, además, que nos estamos cogiendo cariño. Probablemente, cualquiera calificaría nuestra relación de sincera amistad. Tal vez lo sea. La última vez que nos vimos, que estuvimos juntos, cenando, tomando una copa y bailando sentí, por primera vez, que había entre nosotros una corriente de afecto. Lo que pasa es que RL y yo nos volvemos un poquito canallas, traviesos y descarados cuando nos vemos a solas en su buhardilla. Y aquí viene lo más curioso, lo que me hace pensar: yo que tengo una tendencia inmoderada a colgarme de aquellos con los que practico juegos de alcoba, no siento eso con RL. Al principio sí, pero duró poco. Y creo que ya sé por qué es: no le respeto. Mejor, no le admiro, no es inteligente. Sí es listo, rápido, pillo y negociador. Busca la ventaja. Pero le falta la sutileza de la inteligencia, de la palabra, del saber estar. Estas cualidades, que valen poco o nada en la cama, son imprescindibles en la mesa. Un señor en la mesa, un chulazo en la cama, en su versión masculina. Y RL, mi animalito de bellota, como yo le llamo, es lo menos sutil que he encontrado en la mesa. Es de los que regaña al camarero, elige el vino por el precio, pone pegas a todos los platos, regatea en la cuenta, cuando cree que le engañan. Y eso, a veces, da risa. Pero, otras, abochorna. Lo mejor es que siempre es el mismo. Nada sutil en su buhardilla. Y eso sí que me gusta. Y mucho.

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