lunes, 1 de noviembre de 2004

I. Día de Todos los Santos, Día de Difuntos. Estos días primeros de noviembre, el mes más triste para mi, me traen recuerdos de cementerios. El de mi ciudad mágica, grande, triste y deslucido; con manchas de humedad en las paredes encaladas, con olor a flores muertas y húmedas junto a las fuentes, verdín en los floreros, frío. Una misa en medio del patio central. Calles estrechas llenas de tumbas, tumbas antiguas, sucias, abandonadas. No hay miedo, ni dolor en mis recuerdos, sólo gris. Aquel terreno lleno de cruces de madera medio caídas, donde reposaban los soldados republicanos a los que nadie reclamó, el columbario, tumbas chiquititas y el cementerio civil, donde reposaban los no católicos. Desde que entraba por la puerta y dirigía mis pasos hacia la tumba de mi padre, el frío de noviembre se calaba entre los huesos. Aunque hiciera sol, siempre hacía frío, tal vez porque mis visitas más frecuentes siempre fueron en noviembre, mi mes más triste.
Cuando estudiaba la carrera iba también a menudo. Estaba cerca y, a veces, en vez de irme al bar, me acercaba al cementerio dando un paseo. Nunca me pareció tétrico, ni sombrío. Nunca imaginé a mi padre ahí, tras esa lápida en la que aparecía su nombre y el recuerdo a la memoria de su mujer y sus hijos. Mi padre, ese hombre alegre y dicharachero, que los domingos nos dejaba subirnos con él a su cama y nos cantaba, mientras mi madre preparaba el desayuno, las canciones de la tuna de su juventud, con voz melodiosa, ese que llegaba cansado y hacia el que yo corría y me abalanzaba cuando aparecía en la esquina de mi calle, el que veo en fotos abrazándome y sonriendo, del que todo el mundo dice que era la alegría en persona, ese al que dicen que tanto me parezco en talante, ese hombre moreno, de ojos tan oscuros y pelo rizado que siempre sonreía, ese no está allí. No sé dónde está, pero no allí. Así que yo iba a ver esa lápida, con la obligación de llorar por él, de rezar lo que sabía, con una cierta sensación de abandono.
Cementerios. El verano pasado volví al cementerio de mi ciudad. Hacía tanto tiempo que no iba. Estaba remozado, pero no perdía esa sensación de humedad. O es que yo no puedo quitame esa sensación del recuerdo. Ahora es más grande. Pero inicié el camino hacia la lápida de mi padre sin ninguna duda. Las tumbas de los soldados republicanos han sido restauradas, rehabilitadas, reconocidas. La cal brillaba al sol, el sol redondo y caliente de agosto en mi ciudad, pero la callejuela donde está la lápida estaba en la penumbra. Y allí estaba la mención a sus hijos, junto a su esposa. Unas flores de tela, perennes, que hoy estará cambiando mi madre, eran el único testigo de su familia. Las sensaciones de mi niñez volvieron todas, plenas. Y de nuevo no sentí pena, ni tristeza, ni miedo, sólo sentí frio. Un frío extraño en agosto en mi ciudad.

II. Dulces de noviembre. Ni huesos de santo, ni buñuelos de viento, ni panellets. Mis dulces de estas fechas son las gachas. El dulce más pobre. Agua y harina. Mi madre las prepara con leche, suaves, con ese ligero sabor a aguardiente y canela en rama. Una cucharada de manjar dulce y sencillo, con un cuscurro de pan frito, crujiente. Se funden en la boca, mientras el olor a anís se cuela por la nariz y hace cosquillas. A mi me gustaban templadas, no frías. Me sentaba en la cocina, mientras mi madre las preparaba, despacio, removiéndolas, para que no quedaran grumos, lentamente, a fuelgo lento, mientras espesaban. Y luego las dejaba caer en platos, en cuencos y las espolvoreaba con canela molida. La cocina oliendo a canela, aguardiente y pan frito en buen aceite de oliva. Yo le pedía arrebañar el cazo. Con una cuchara de madera recogía los últimos restos de dulce, que se endurecían por el frío. Y lamía la cuchara rugosa de madera.
Voy la semana que viene a verla. Le pediré que me haga gachas y la veré de nuevo en la cocina mientras las prepara. Repetiré el ritual y, tal vez, me sentiré niña otra vez, por un ratito. Y dejaré que mi madre me mime un poco, que noviembre es frío y triste y me va a hacer falta calor.

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