viernes, 11 de febrero de 2005

Anoche Robert estuvo en casa. Medio paquete de cigarrillos él, más de media botella de ron, sólo, a trago corto, casi sin hielo, los dos. Primero hablamos de tonterías, que si el plan Ibarretxe, la constitución europea, el atentado de ETA, las dificultades de una ciudad como Madrid... bobadas, vamos. Yo habría seguido así toda la noche, pero él sacó el tema: él y yo y su mujer, y nuestra historia.
La catarsis de nuevo. La sinceridad absoluta y la sorpresa en su cara, como siempre.
- La culpa de todo lo que pasó fue mía.
- Yo no gestioné bien la cuestión, pero estaba enamorada de ti y pensé que mi única oportunidad era colarme en tu vida y hacerme imprescindible.
- Y lo hiciste, pero yo estaba con otra persona.
- Hasta que ocurrió lo del correo electrónico y el chat y comprendí que no tenía nada que hacer.
- Yo entonces me porté mal, te di de lado y no lo merecías. He tenido tantos problemas por ti.
- Lo siento, pero tú me diste pie. ¿Recuerdas todo lo que hiciste y dijiste?
- Lo recuerdo todo y todo era verdad, pero yo estaba con otra persona.
- No puedes hacerlo así. Tienes que ser consciente de que un acto tuyo, una palabra dicha en un momento dado no se para ahí. A continuación la persona que está enfrente desarrolla su propia historia y actúa y no puedes saber las consecuencias de lo que tú has iniciado, incentivado o propiciado. No se trata de un objeto.
- Lo sé y lo siento.
- Tranquilo, lo mejor de la historia es que yo fui feliz, muy feliz. También muy desgraciada, pero eso fue después.
- Y, sin embargo, ahí sigues. Hoy me has recogido en el hospital, me has traído a tu casa...
- Sí, yo tampoco lo entiendo, pero te tengo un cariño especial.
- Me quedaría a dormir, pero no puedo, no debo.
- Haz lo que debas, lo que quiras, pero por ti. Por mí, mi casa está abierta.
- Lo sé.
Seguimos hablando de cosas, de su relación, de mi opinión, de los amigos comunes, de las decepciones, de los anhelos, de tantas cosas...
El instinto maternal me llevó a acariciarle la cara. Entonces mi mano blanca se posó sobre su piel negra y el instinto dejó de ser inocente. Nada me parece más erótico que ese contraste de colores.
- Lo único de lo que me arrepiento es de no haber tenido sexo contigo.
- Eso se puede arreglar.
- Siempre.
- Es mejor que me vaya.
- Supongo que sí.
Le acompañé a coger un taxi y le besé despacio, en la mejilla. Cuando llegó a su hotel me llamó. Me dió las gracias por todo y se despidió. Y yo no supe si llorar, darme una ducha fría o echarme a dormir. Estuve un tiempo sentada, a oscuras en mi salón. Todavía olía a él. Subí despacio a mi habitación, pensando todavía en él, en tantas cosas... Aún hoy, no paro de pensar, sin llegar a ninguna conclusión.
Inquietante este hombre, inquietante nuestra historia, nuestra atracción, mi atracción. Inquietante.

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