martes, 8 de febrero de 2005

Pequeñas joyas
Pensé que perdíamos el tiempo visitándolas, pero como todos los países, Italia guarda joyas, más allá de la leyenda o del reclamo turístico. Pisa, Verona y Padua son ejemplos de lo que digo. Ciudades pequeñas, abarcables y limpias, recogidas y hermosas. Llenas de pequeños detalles de buen gusto y señorío.

Lucha constante
Venecia es muy hermosa y decadente. Nada más llegar, tras el desembarco, nos topamos con el carnaval. Parejas disfrazadas con el lujo de los brocados y los tules se pasean en silencio por la ciudad, se detienen, se fotografían con los miles de turistas y siguen su viaje a ninguna parte.
Hace tanto frío en Venecia. El día es gris y la humedad del agua se te cuela por los huesos. Desde que llegué a este país, el frío se me ha instalado en los pies y en los dedos de las manos, poniéndomelos morados. Ni los guantes ni los calcetines gruesos, ni el agua caliente consiguen echarlo. En Venecia el frío ya está conmigo, pero más. Cuando termina el día, lleno de máscaras lujosas, de palacios, de puentes, de canales, de óxido y madera podrida, me siento tan cansada como deben estarlo sus habitantes. Venecia es una lucha constante y eterna contra el agua y la humedad. Y no estoy tan segura de que valga la pena. Miles de personas invaden la ciudad, turistas de todos los colores, razas e idiomas la inundan como el agua. Da vida a la ciudad este turismo atroz, pero yo no lo soportaría. Da la sensación de que estos venecianos no tienen descanso.

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