miércoles, 23 de febrero de 2005

Apenas tenía cuatro años cuando la conocí. Apareció en el aula con sus coletas y esos lazos grandotes y enseguida conectamos. Yo examinaba a mis alumnos y ella se empeñaba en que les obligara a hacer una de sus fichas del colegio, aquella en la que, uniendo puntos, salía una figura. Desde entonces me llama tia Rose y yo la adoro. Me encanta cuando se sienta frente a mi y dibuja y escribe cuentos y poesías y me las lee y hablamos de sus novios y de los míos. Hoy hemos comido juntas. Hacía mucho que no la veía. Está hecha una mujer de nueve años, pero seguimos charlando igual, ella como una niña adulta, yo como una adulta que se convierte en niña cuando está ella. En este instante me escribe un cuento que quiere regalarme sin ningún motivo, porque hoy es hoy, dice ella. Cómo quiero a esta niña.

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