jueves, 24 de febrero de 2005

Salía de mi despacho y me reprochó que era feo, que estaba descuidado y que debía ponerlo bonito. Como no me siento propietaria del mismo, usuaria eventual más bien, no he querido mover nada de su sitio. Pero alguien fuera lo oyó y hoy, cuando he vuelto de comer, lo tenía limpio, recogido, los montones de papeles había desaparecido, el ordenador viejo arrumbado en el rincón ya no estaba, los sillones estaban colocados, la mesa despejada, el armario vacío. La señora de la limpieza me ha traído un jarrón con flores secas y se ha comprometido a traerme alguna planta y aquello ha empezado a ser un sitio menos desagradable. De todos modos no quiero personalizarlo demasiado, no vaya a ser que me dé pena dejarlo y me aferre a la pata de la mesa. Sólo falta que se vuelva tan agradable, que no me quiera ir, con la de horas que ya paso en él.

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