jueves, 3 de marzo de 2005

¿Predisposición genética o deformación posterior?. Me ronda últimamente por la cabeza esta idea. En su versión simple, se trata de analizar qué es primero, si el huevo o la gallina. Porque, de pronto, soy consciente de que repetimos los mismos roles, las mismas posturas, los mismos errores, una y otra vez. Y eso me hace pensar que debemos tener algún gen o célula o nucleótido de esos que hace que, una y otra vez, repitamos gestos, casi sin darnos cuenta. Vamos, lo que siempre se llamó tropezar con la misma piedra. Defiendo yo que eso es genético. Digo esto porque tengo yo cierta tendencia a enfrentarme a los retos desde la perpectiva de que debe trabajarse para que desaparezca. Algo así como la traducción casera del principio ese de que la necesidad crea al órgano, pero al revés. Enfocar el trabajo para que no haya necesidad y, por tanto, el órgano desaparezca.
Hace muchos años, cuando trabajaba en el área de la mujer de cierta organización política, defendí con la timidez que me es propia la necesidad de que el órgano desapareciese, porque no hiciese falta ese instrumento de discriminación positiva. ¡Como lobas, oye!. Anatema, pecado, blasfemia. Pero yo lo sigo viendo claro. Si desaparece la necesidad, y para eso se curra, debe desaparecer el órgano. Lo que no acabo de entender, y ese debe ser mi error, es que un órgano creado no se elimina nunca. ¡Qué hacer con los que viven de ello!.
Ahora ando en otra cosa igual. La necesidad ha obligado a crear el órgano. Y me gusta trabajar pensando en la utopía de que debe desaparecer. De que "habrá un día en que todos, al levantar la vista, veremos una tierra" en la que no haga falta. Esta percepción de las cosas da ilusión a la tarea, porque hay una finalidad superior, más allá de la resolución concreta del trabajo concreto. Pero esta vez no lo diré en alto. Esta reflexión no saldrá del anonimato del ciberespacio, porque me temo que hay mucha gente alrededor, demasiada, que quiere acabar con el órgano, aunque la necesidad persista. Y llevarán a cabo la tarea mediante la técnica de ignorar la necesidad, de no darle importancia, de minimizarla. Cerrar los ojos no va a hacer que desaparezca, sólo va a impedir que se vea. Y nada hay peor que un ciego, que, además, no quiere ver.

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