lunes, 25 de abril de 2005

De nuevo estaba allí, frente a él. Los dos sentados en un banco alto. El local cerrado, la luz en semipenumbra. Cuántas veces había estado en la misma situación. Él hablaba casi sin parar, como siempre. Ella no pudo evitar el recuerdo. Se recordó a si misma bajando del taburete, acercándose a él, obligándole a abrir sus piernas y pegándose más, besándole despacio en el cuello, en el lóbulo de las orejas, en la boca, mientras él deslizaba las manos bajo su falda o dentro de su pantalón. Se recordó a sí misma volteada sobre la barra, mientras él la acariaba por la espalda, le subía la ropa, la apretaba. Pensó que igual no pasaba nada si esa noche repetían los gestos. No era importante, sería intrascendente, sólo un buen rato en el bar vacío, como otros. Bebió un trago de su botella de agua y se decidió. Debía salir del local e irse a casa. Él la acompañó al coche, como siempre, y la besó en los labios, tenuemente, como otras veces. Ella arracó el coche y huyó de él. Al día siguiente todavía recordó. No estaba muy segura de si había hecho lo correcto ni, en su caso, para quién. Si una se arrepiente de lo que no hace, lo recordará siempre como una oportunidad perdida, aunque no sepa muy bien de qué.

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