miércoles, 27 de abril de 2005

Una es educada, incluso, modosita. Una ha aprendido que en la vida te debes encontrar con personas de todo tipo y condición. Una ha desarrollado una especie de coraza que le impide que la actitud de una persona le afecte hasta el punto poder estar junto a ella sin oírla, sin perder la sonrisa, como boba, como zombi. En mi trabajo, esta habilidad es especialmente útil, que hay mucho petulante, hipócrita, altanero, idiota, bobo, minimalista mental creído de si mismo, ocioso presumido, sinvergüenza redomado y tonto, y la vida te lo coloca al lado, cuando no encima, mandando. Las reglas son las que son y el jefe siempre manda...o eso cree él.
Pero esa coraza se resquebraja cuando debo cruzarme con éste. Todos los días, arriba y abajo del pasillo, con esa cara de imbécil, con sus aires de jefe, con esa condescendencia del que se cree superior, con ese aspecto repugnante de sapo baboso. Le veo y me dan ganas de gritarle la verdad, esa que pocos sabemos, esa que hace que la bilis se me desborde por la comisura de los labios y me provoque el vómito. Cerdo, delincuente al que, por respeto a mis lealtades, me limito a ignorar. Vuelvo la cabeza, miro a otro sitio, respiro hondo, cierro la boca y corro al baño, a echar el asco que me produce donde nadie me vea.

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