viernes, 29 de abril de 2005

Hablaban de la guerra y la posguerra, la nuestra, la de hace setenta años.Hablaban de la represión, de las torturas, de las prisiones. Y yo no pude evitar que las lágrimas saliesen, lentas, a escondidas. Recordaba a mi abuelo y a mi bisabuelo, represaliados ambos por ser republicanos y comunistas. Malos españoles, les decían. Mi bisabuelo murió a los pocos días de su puesta en libertad, después de haber estado en la cárcel después de la guerra. Apenas llegó a conocer a su nieta, mi madre; apenas disfrutó de esa libertad regalada; apenas tuvo que enfrentarse al rechazo de los de su pueblo, al ostracismo. Mi abuelo estaba en un campo de concentración mientras mi madre nacía. A cientos de kilómetros de su casa, dejando que mi abuela soportase la vergüenza de ser madre soltera, con su hombre en prisión, dejándola ir sola al registro, dejándo que el funcionario, fascista, vencedor, la inscribiese como hija natural, a pesar de que todo el pueblo sabía quién era su padre y que éste no la reconocía poque no estaba. Cuando el régimen le declaró "afecto", le obligó a cumplir con la patria durante tres años más, dejando a su familia sola, sin ni siquiera tener la oportunidad de conocer a su hija.
Siempre han sido famosas en mi casa las historias de mi abuelo buscándose la vida, mientras mantenía su militancia clandestina, mientras que en la radio del desvan oía los discursos incendiarios de Dolores, la Pasionaria, desde Radio Pirenaica. En mi casa nunca se habló de política, no hacía falta, por eso yo aprendí a leer en "El Barquero", el "Palau" y en "El Mundo Obrero", a partes iguales.
Mi abuelo murió hace años en un accidente y no tuvo tiempo de verse rehabilitado, valorado, respetado en su lucha, aunque sólo fuese por el hecho de que se va conociendo la verdad, no la historia inventada por los vencedores. Igual fue mejor que se fuese antes, porque resulta que todo ese sufrimiento de mi familia no consta en ningún registro. Mi abuelo no consta. Que se lo pregunten a su mujer y a sus hijos. La verdad oficial vuelve a rechazar la historia real de mi familia. Pero estoy segura de que ayer se habría sentido bien en aquella reunión. Yo estaba allí por él y, al recordarle, no pude evitar llorar, despacio, a escondidas.

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