martes, 3 de mayo de 2005

Reciclar afectos. Nunca he sido muy partidaria de ello, pero él no me deja otra alternativa. El amante voraz, loco, atrevido y feroz que, de forma intermitente, me ha estado llevando al cielo en los últimos años ha decidido convertirse en mi amigo. Nos falta cierto rodaje, cierta flexibilidad, esa que nos llevaría a hablar de nuestra relación carnal con naturalidad cuando estamos solos, frente a una cerveza. Anoche le llevé a casa y nos despedimos en la puerta. Recordé la última vez, cuando me arrastró escaleras arriba, abriendo la puerta con rapidez, subiendo a su buhardilla mientras nos arrancábamos la ropa en los escalones, como fieras. Ahora charlamos de sus cosas, de sus amores, de sus miedos y cobardías, de mis anhelos, de mis renuncias, de mis soledades. Como dos viejos amantes que ya no pueden amarse, pero se conocen bien. Podría ser bonito si no fuese por esa sensación que me embarga de no haberle sacado todo el jugo posible a nuestro juego previo. Me gusta esta nuevo amigo, pero echo demasiado de menos al hombre que me buscaba en la noche y siempre me encontraba.

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