jueves, 22 de septiembre de 2005

Me desperté sin saber muy bien dónde estaba. El duermevela es lo que tiene. Miré a mi alrededor y seguidamente a mi izquierda y ahí estaba él, dormido. Me giré con cuidado para ver mejor su perfil. Es atractivo, pero esta vez no era esa la atracción que sentía. Esta vez me había encantado la camaradería, la confianza, esa que nos llevó a que yo le arreglase el cuello de la chaqueta y él me quitase una pestaña de la cara. Esa amistad que fluye fácil, que nos hacía separarnos del grupo o quedar solos para desayunar o cenar. Lo extraño de esta situación es que él y yo nos vemos poquísimo, a trompicones, casi a escondidas. Lo malo es que pese a esa confianza, a su confesa lealtad, a su trato durante años, yo mantengo un hilo de desconfianza, como cuando cierras los ojos y te acurrucas esperando la descarga del golpe. A veces, después de días como estos, me tienta relajarme, dejarme llevar, confiar, pero sé que no puedo, lo intuyo. Pensaba en esto mientras dormía a mi lado. Entonces la megafonía del tren anunció la siguiente parada y él despertó, me guiñó, sonrió, me preguntó si había dormido algo y entonces empezó la película, que vimos gastando bromas sobre la obvia trama judicial que nos mostraba.
Nos despedimos en la parada de taxi. Nos emplazamos, como siempre, para la próxima comida y cada uno tomó su camino.

No hay comentarios:

free web counter