jueves, 6 de octubre de 2005

Me gustan sus correos, insinuantes, inteligentes. Me divierten y me halagan. Me obligan a buscar las palabras adecuadas para contestarle sin decir nada, pero diciendo mucho. Se crea, sin querer-queriendo, un lenguaje secreto, críptico y divertido entre nosotros. No durará mucho, me imagino. Pronto empezarán los temores, los miedos, las prevenciones, las direcciones alternativas, las horas intempestivas, los merodeos. Suele ser así. Así que me voy preparando, para no decir tanto, para no insinuar tanto, para no requerir tanto. ¿Por qué, a veces, es tan difícil esta amistad íntima y complice entre un hombre y una mujer? ¿Alguno de los dos no está jugando tan limpio y tan claro? ¿Alguno de los partenaires no es capaz de sujetarse dentro de los límites? ¿Hay que controlarse al llegar a esos límites? ¿Puede una amistad complice e íntima traspasar el papel y la pantalla sin que ello suponga trasgredir otras lealtades?

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