sábado, 29 de octubre de 2005

Yo siempre hago como si no pasase nada, obviando el ruido de los motores, cómo vibra el asiento y sin mirar por la ventana. Al lado, Mercedes deja el períodico y cierra los ojos, siempre lo hace, y no los abre hasta que desaparece la señal luminosa encima de nuestras cabezas. Este vez yo miraba a la azafata, una niña alta, flaca, lánguida, rubia y pálida, de huesos largos, que sentada frente a nosotros, con la espalda algo encorvada, se miraba las manos y al vacío alternativamente, sin un sólo gesto, ni un guiño, sonrisa o mohín. Como esa cara que ponemos al subirnos a un ascensor o mientras esperamos la cola del banco. La costumbre y la rutina que son muy aburridos.

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