martes, 25 de octubre de 2005

Preparar una maleta es una lata, sobre todo cuando lo haces para un viaje que no te apetece mucho. Esta vez he visto claramente cómo afecta el paso del tiempo a la maleta: lo primero que he reunido son los blister (¿no existe una palabra en español para esas cosas de plástico donde van empacaditas las pastillas?) de los distintos medicamentos que debo llevar. Paracetamol para el resfriado que mantengo a raya desde hace días, antiinflamatorio para ese dolorcillo sordo que tengo en el dedo gordo de la mano, fibra para...., el multivitamínico para este otoño que me deja agotada al llegar la noche y, para colmo, el tratamiento de la dismenorrea, que en una maleta que se precie, en un viaje que no acaba de apetecerte, no deben faltar los productos de higiene femenina (cómo se adaptan los ciclos lunares para fastidiarte esos viajes que ya son un fastidio). Al final he reunido un pequeño botiquín que me obliga a coger una malete más grande de la pensada al inicio.
Ayer tuve otra imagen del paso del tiempo. En el autobús que me llevaba a mi clase de pilates, dos chicas, dos niñas, como luego pude apreciar, comentaban su fin de semana de chupitos, relaciones públicas guapos, nenes que las abordaban camino del baño, borracheras a las seís de la mañana (hora límite para llegar a casa) y rollos con amigos. Todo ello sin tener la edad necesaria para poder beber sin ser un delicuente. Fue por eso que me di cuenta que eran unas niñas, porque nada menos que 20 años nos sepraban. Cuántas tonterías se hacen y dicen con esa edad.
Sigo con la maleta.

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