sábado, 19 de noviembre de 2005

Como una célula fotovoltáica, dejando que el sol, la luz y el espíritu de esta ciudad mágica se me cuele por todos los poros. Paseo sola por sus calles, por sus plazas, por sus ruinas y la huelo, la inhalo, me la llevo para siempre en la retina, en la piel, en la nariz. Y pienso, pienso mucho, en lo lejos que está mi mundo. Esta mañana, desayunando, se lo contaba. Cuando el viaje es corto, como este, tardo apenas dos horas en olvidarlo. Cuando el lunes vuelva a sonar el despertador y haya que volver a la lucha diaria, mi visita a Medinat Al-Zahara de esta mañana será un sueño, como el de la favorita adorada para la que, dice el cuento, que la ciudad se edificó. Me quedan las imágenes tomadas con el móvil para recordarla, pero una máquina no captura el paisaje, la luz, la neblina, el sol débil con que me recibió el recinto. Volveré con él, en eso hemos quedado. Ojalá la magia siga allí.

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