sábado, 5 de noviembre de 2005

Por fin sucedió. Casi tres años después de que los avatares del ciberespacio y su torpeza me obligaran a crear una cuenta privada, anónima, irreconocible, con un nick que reflejaba claramente cómo me sentía en ese momento, he borrado su nombre. Tres años esperando una respuesta que nunca llega. Es lo que tienen los cobardes y ruines que no tienen en cuenta el sufrimiento que esparcen a su alrededor, con su mirada inocente, esa de "¿he sido yo?". Cierto que ya hace meses que esa cuenta no sirve para que él me hable. Se ha convertido en un sitio divertido y picante. Y ahora también en un lugar de charla agradable. Por eso, esta tarde he procedido a borrar ese nombre, siempre en rojo, que se había convertido en parte del decorado.

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