martes, 13 de diciembre de 2005

Esta mañana, de nuevo, he pedido al taxista que apagase la radio. No, no era la emisora que me saca de mis casillas. Era otra. El reloj marcaba las 9 y un minuto y el locutor decidió contar paso a paso el protocolo contenido en 43 páginas, dijo, que debe seguirse en cualquier ejecución por inyección letal que se precie en la tierra de la Libertad y las Oportunidades.
Sé que las estadísticas se esfuerzan por ofrecer el número de niños que mueren por minuto, el número de mujeres que en esa franja de tiempo sufren un maltrato, pero me pareció absolutamente vergonzoso seguir paso a paso el asesinato premeditado, frío, protocolizado de una persona por parte del Estado, esa invención del hombre que pretende salvarle de otros hombres. ¡Qué ironía! El salvador es el asesino.
No justifico la violencia, ni la muerte de nadie a manos de otros, pero me parece bochornoso que la permita la ley.
Curioso que el país más rico y poderoso del mundo se comporte como el más pobre y subdesarrollado del Tercer Mundo.
Me ha dado vergüenza ajena... y propia... porque sólo le he pedido al taxista que cambie la emisora....

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