jueves, 2 de marzo de 2006

Se abre el consultorio: en una semana tengo una boda. Me llamó anoche para invitarme, para comunicarme que conmigo hace una excepción, otra, y me permite ir a un acto absolutamente íntimo al que sólo acude la familia más cercana (esta rama de mi famila, tan rara, tan poco sociable me incluye por sistema en sus eventos y yo me siento halagada, cómo no, y un poquito agobiada por la responsabilidad que da el que te consideren especial). La conoció por internet ("¿estás loco?, ¿internet?, no sabes si te mienten, no sabes quiénes son, si son locos/as solitarios que van por la vida contando trolas a gente ingenua como tú, nada de lo que encuentres será verdad, nunca podrás saber si es verdad, ten cuidado, por favor"; a veces, debería callarme, la verdad), es pizpireta, temperamental, alegre, mimosa y le hace reir. Y extranjera, por lo que no tiene papeles. Por eso se casan, conscientes de que se quieren y aceleran el proceso porque ella corre el riesgo de que la echen y él no lo soportaría. Estás contento, le pregunté. Mucho, prima, mucho. Pues hala. Dentro de una semana voy de boda civil. Y digo yo, ¿qué se les regala? Venga, necesito ayuda. Ah, se me olvidaba un detalle: no van a vivir juntos. Trabajan en distinta ciudad, así que algo para la casa, la casa de quién, no vale. ¿Dinero? Él no lo necesita y a ella no se lo voy a dar, que todavía no es mi prima política. Ufff, empiezo a ponerme nerviosa. Vamos, amigos, se abre la lista de bodas.

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