lunes, 17 de abril de 2006

Ayer me despertó el toque de difuntos en la torre de la iglesia del pueblo. Costumbre antigua que allí aún pervive. El ambiente se llena de ese ritmo pecualiar que se le imprimen a las campanas y que anuncian que alguien del pueblo ha muerto. Era un hombre. Lo supe porque al finalizar el toque, las campanas repiquetean más deprisa y luego dan tres toques seguidos, si es hombre, y sólo dos, si es mujer. Ayer sonaron tres. Los vecinos, por la calle, se preguntaban por el fallecido. ¿Quién es? El marido de fulanita, cuñado de menganita.... Siempre es así en ese pueblo. Siendo yo más joven fui testigo de otro uso de las campanas como forma de comunicación de acontecimientos. Tocaron a incendio. Era fácil saber que algo ocurría, algo urgente. Empezaron a llegar tractores y coches llenos de hombres con palas, azadas... Y echaron a correr hacia la huerta que se quemaba. Fue emocionante ver llegar a tanta gente dispuesta a ayudar a otra. Hace mucho de aquello. Me cuentan que había otros toques, pero yo sólo conozco el de difuntos. Me gusta escucharlo. Esa especie de melancolía, de recreación del ambiente de algo tan conocido, tan cercano, tan vital....como la muerte.

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